sábado, 24 de diciembre de 2011

Algunas citas ateas

"¿Qué es ese Dios que mata a Dios, para apaciguar a Dios?"
Denis Diderot

"Si Dios quería que creyeramos en Él, ¿Porqué invento la lógica?"
A. Schopenhauer

Y del casi inventor de la bomba atómica:

"Para mí, la religión judía es como las demás, es una encarnación de las supersticiones, mas infantiles, y el pueblo judio, al cual estoy contento de pertenecer, y con el que tengo una profunda afinidad, no es diferente del resto."
Albert Einstein

Epitafio a los árboles de navidad

Los arrancaron de la sagrada tierra
Para decorar sus casas en sus rituales vanos
Unos dicen que ayuda a la economía,
Que incluso ahora se siembran más.
Eso no lo hace menos criminal.
Les gustan los cadáveres adornados
Su dios es el mejor ejemplo
Y su propia vida también:
Un desprecio de la tierra
Un terror a la inteligencia.
Sin embargo, los árboles
Aún en la muerte son hermosos
No por las esferas ni las cintas ni las luces
Menos aún por las cajas de regalos
Sino porque se mantienen en pie


Abraham Sánchez Guevara

lunes, 21 de noviembre de 2011

Fragmento de Poema de tus manos

Tus manos son dos nardos que mi boca
ensortija de besos. En tus manos,
transformose el manojo de mis penas
en manojos de cantos.

Jesús Orta Ruiz

lunes, 31 de octubre de 2011

No hay en el mundo religión de tan sangrientos anales como el cristianismo.

Vemos a Hipatia, la gloriosa filósofa, despedazada por las turbas cristianas, y frente a ella se alza triunfante el fanatismo o la impudicia de Catalina de Médicis, Lucrecia Borgia, Juana de Nápoles e Isabel de España, presentadas a la vista del mundo como fieles hijas de la Iglesia. Verdaderamente impío es el idolátrico culto de María como diosa inmaculada cuando le acompañan semejantes ejemplos. Más valiera abolir el culto idolátrico y fomentar en su vez el de la virtud.

Madame Blavatsky, Isis sin velo, vol. III, Sirio, Málaga, p. 58.

sábado, 29 de octubre de 2011

Los amorosos

Jaime Sabines


Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Las cosas pequeñas son enormes

¡Qué enormes le parecerán las cosas pequeñas a la menuda mosca! Un botón de rosa como un colchón de plumas, su epina como una lanza; una gota de rocío como un espejo; un cabello como un alambre dorado; la más breve semilla de mostaza tan feroz como carbones encendidos; una pieza de pan, un encumbrado cerro; una avispa, un cruel leopardo; y verá brillar las pizcas de sal como el pastor los corderos.

Walter de la Mare, La mosca

Poeta: no regales tu libro; destrúyelo tú mismo.

Eduardo Torres

viernes, 21 de octubre de 2011

La dicha

El que abraza a una mujer es Adán. La mujer es Eva.
Todo sucede por primera vez.
He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la
luna, pero qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.
Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos.
Los tranquilos animales se acercan para que yo les diga su nombre.
Los libros de la biblioteca no tienen letras. Cuando los abro surgen.
Al hojear el atlas proyecto la forma de Sumatra.
El que prende un fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
En el espejo hay otro que acecha.
El que mira el mar ve a Inglaterra.
El que profiere un verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado la espada y la balanza.
Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída,
pero los dos se entregan.
Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno.
El que desciende a un río desciende al Ganges.
El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio.
El que juega con un puñal presagia la muerte de César.
El que duerme es todos los hombres.
En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar.
Nada hay tan antiguo bajo el sol.
Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis palabras está inventándolas.


Jorge Luis Borges

lunes, 17 de octubre de 2011

Sobre la estética conservadora

“Los hombres cultivados, que pertenecen a la cultura por lo menos tanto como la cultura les pertenece [¿la mayoría de los hombres pertenecientes a una sociedad?], se orientan siempre a aplicar a las obras de su época categorías heredadas y a ignorar al mismo tiempo la novedad irreductible de obras que aportan con ellas las categorías mismas de su propia percepción.”

Pierre Bourdieu, “Elementos de una teoría sociológica de la percepción artística”.

martes, 11 de octubre de 2011

Lectura y autoerotismo


La lectura reemplaza al autoerotismo: la confusión entre sujeto y objeto revive, transmutada, en la pasividad de la lectura. En ella el sujeto puede al fin extenderse y mecerse como un objeto; en la lectura, el sujeto alternativamente se contempla y se olvida de sí, se mira y es mirado por lo que lee.

Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, p. 118.

lunes, 10 de octubre de 2011

Cecil Taylor

César Aira

Amanecer en Manhattan. Con las primeras luces, muy inciertas, cruza las últimas calles una prostituta negra que vuelve a su cuarto después de una noche de trabajo. Despeinada, ojerosa, el frío de la hora transfigura su borrachera en una estúpida lucidez, un ajado apartamiento del mundo. No ha salido de su barrio habitual, por lo que no le queda mucho camino que recorrer. El paso es lento; podría estar retrocediendo; cualquier distracción podría disolver el tiempo en el espacio. Aunque en realidad desea dormir, en este punto ni siquiera lo recuerda. Hay muy poca gente afuera; los pocos que salen a esa hora (o los que no tienen de dónde salir) la conocen y por lo tanto no miran sus zapatos altísimos, violeta, su falda estrecha con su largo tajo, ni los ojos que de cualquier modo no mirarían otros, vidriosos o blandos. Se trata de una calle angosta, un número cualquiera de calle, con casas viejas. Después vienen dos cuadras de construcciones algo más modernas, pero en peores condiciones; comercios, vagos condominios de los que se desploma una escalera de incendios, una cornisa sucia. Pasando una esquina está el edificio donde duerme hasta la tarde, en una habitación alquilada que comparte con dos niños, sus hermanos. Pero antes, sucede algo: se ha formado un grupo de trasnochados; una media docena de hombres reunidos en la mitad de este callejón miran una vidriera. Siente curiosidad por estas turbias estatuas. Nada se mueve en ellos, ni siquiera el humo de un cigarrillo. A ella no le quedan cigarrillos. Avanza mirándolos, y como si fueran el punto que necesitaba para enganchar el hilo del cual sostenerse, su paso se vuelve algo más liviano, más suspendido. Cuando llega, los hombres tampoco la miran. Necesita unos instantes para comprender de qué se trata. Están frente a un negocio abandonado. Detrás de la vidriera sucia hay una penumbra, y en ellas cajas polvorientas y escombros. Pero además hay un gato, y frente a él, de espaldas al vidrio, una rata. Ambos animales se miran sin moverse, la caza ha llegado a su fin, y la víctima no tiene escape. El gato tensa con sublime parsimonia todos sus nervios. Los espectadores se han vuelto seres de piedra, ya no estatuas: planetas, el frío mismo del universo... La prostituta golpea la vidriera con la cartera, el gato se distrae una fracción de segundo y eso le basta a la rata para escaparse. Los hombres despiertan de la contemplación, miran con disgusto a la negra cómplice, un borracho la escupe, dos la siguen... antes de que termine de desvanecerse la oscuridad tiene lugar algún hecho de violencia.

Después de un cuento viene otro. Vértigo. Vértigos retrospectivos. Se necesitaría un término cualquiera de la serie para que el siguiente la hiciera interminable. El vértigo produce angustia. La angustia paraliza... y nos evita el peligro que justificaría el vértigo; acercarse al borde, por ejemplo, a la falla profunda que separa un término de otro. La parálisis es el arte en el artista, que ve sucederse los acontecimientos. La noche se termina, el día hace lo mismo: hay algo embarazoso en el trabajo en curso. Los crepúsculos opuestos caen como fichas en una ranura de hielo. Ojos que se cierran definitivamente, siempre y en todo lugar. Paz. Con todo, existe, y más perceptible de lo que podríamos desear, un movimiento descontrolado, que produce angustia en los otros y provee el modelo de la angustia imposible propia. También se lo llama arte. El arte es una multiplicación: estilos, bibliotecas, metáforas, querellas, el cuadro y su crítico, la novela y su época... Hay que aceptarlo como la existencia de los insectos. Hay restos por todas partes. Pero la vida, ya se sabe, «es una sola». De lo que resulta que la biografía de un artista es imposible; hay modos de probar que lo es: esos modos se confunden en la posibilidad de la biografía, con lo que vuelve a nacer la literatura, y la situación insoportable se instala en el pensamiento, el operador se inquieta y ya no ve la sucesión de escrúpulos sino una proliferación de modelos difíciles de aplicar. La biografía como género literario deriva de la hagiografía; pero los santos lo son, lo fueron, justamente por renunciar a los beneficios biográficos, recogen apenas los restos desechables. Por otro lado, las hagiografías nunca están solas, siempre forman parte de una especie de colección. La biografía tendería a lo contrario, aunque el resultado sea exactamente el mismo. ¿Quién se jactaría de saber lo que es un resto, y de poder diferenciarlo de lo contrario? Nadie que escriba, por lo menos.

Tomemos las biografías de artistas. Vienen inmejorablemente al caso. Los niños leen las vidas de los músicos célebres, que siempre fueron niños músicos; luego, se trata de una success story, el relato de un triunfo, con su estrategia espectacular o secreta, sus venganzas, su transparencia de lágrimas de dinosaurio. Son mecanismos sutiles, dentro de su esencial idiotez, que no permanecen mucho en la memoria (salvo algún detalle) pero no por eso la deforman menos: le injertan grandes toboganes irisados, conformando un panorama tan pintoresco que la víctima se cree un Proust, lo que de por sí es un bonito falso triunfo en la vida. Imposible no desconfiar de esos libros, sobre todo si han sido el alimento primordial de nuestras puerilidades pasadas y por venir. «Antes» estaba el éxito futuro, «después» estaban sus recompensas deliciosas, tanto más deliciosas por haber sido objeto de puntualísimas profecías. Los malos augurios tienen el nacarado de una perfección; los buenos, levantan el mundo en las manos y se lo ofrecen a los astros. La Reina de la Noche, en una palabra, canta de día.

Examinemos un caso más cercano. El de un gran músico de nuestro tiempo, cualquiera de ellos (son tantos). Cecil Taylor. Bien podría decirse de él que es el músico más grande del siglo.

Engendrado en cuerpo y alma en una música de tipo popular, el jazz, desde el principio su vigor en la renovación lo hizo universal, quizás el único genio que pudo ir más allá de Debussy: el que pudo consumar la música como torsión sexual de la materia, el atomista fluido de todos los sentidos y sinsentidos que constituyen el juego del pensamiento en el mundo. Y no dejó de ser el mejor representante de la ciudad del jazz; de hecho él es Nueva York, la sobreimpresión del perfil de los grandes edificios en la imagen del pianista concentrado, con la música como enlace. ¿Qué otra cosa es el realismo? Una época en la que cierta gente ha vivido. El jazz, una brisa eterna. La ciudad miniaturizada, en un diamante. Es Egipto, pero también una pequeña tribu que acecha. Nuestra civilización antropológica produce (o podría producir, con un arte adecuado de la narración) historias en las que, digamos, dos negros desnudos se hacen la guerra en una selva, se persiguen con los signos más sutiles, el azar, la movilidad pura. Y el jazz. Una acción de sueños: situaciones. Todo es situaciones, éxtasis novelesco (ya no de conceptos). Según la leyenda, Cecil realizó la primera grabación atonal del jazz, en 1956, dos semanas antes de que independientemente lo hiciera Sun Ra. (¿O fue al revés?) No se conocían entre sí, ni conocían a Ornette Coleman, que trabajaba en lo mismo al otro lado del país. Por supuesto, la historia registra los momentos sin darles un valor per se, ya que todos ellos (y Eric Dolphy, Albert Ayler, Coltrane, quién sabe cuántos más) demostraron su genio de modo fehaciente en el transcurso de las décadas que siguieron.

De todos modos, la Historia tiene su importancia, porque nos permite interrumpir el tiempo. En realidad, lo que se interrumpe con el procedimiento son las series; más precisamente, la serie infinita; cualidad esta última que anula toda importancia que pudiera tener la interrupción. La vuelve frívola, redundante, liviana, como una tosecita en un funeral. En este punto se produce la segunda ruptura, y lo que era nada más que pensamiento gira de pronto mostrando una cara imprevista: la Necesidad se alza, patente, soberana, imprescriptible -y a la vez microscópica, voluble, estúpida, neutra. La interrupción es necesaria, pero es la necesidad de un momento. De lo necesario ampliado nace la «atmósfera», ella sí esencial en el peso específico de una historia. Nunca se encarecerá lo bastante la importancia de la atmósfera en literatura. Es la idea que nos permite trabajar con fuerzas libres, sin funciones, con movimientos en un espacio que al fin deja de ser éste o aquél, un espacio que logra deshacer las entidades del escritor y lo escrito, el gran túnel múltiple a pleno sol... Pues bien, la atmósfera es la condición tridimensional del regionalismo, y el medio de la música. La música no interrumpe el tiempo. Todo lo contrario.

1956. Empecemos de nuevo. Para ese entonces Cecil Taylor, un genial músico negro de poco más de treinta años, prodigioso pianista y sutil estudioso de la avant-garde musical del siglo, había consolidado su estilo, es decir su invención. Excepto un par de jazzmen cercanos a su trabajo, nadie podía hacerse la menor idea de lo que estaba realizando. ¿Cómo se la habrían hecho? Su originalidad estaba en la transmutación del piano, que de instrumento pasó a ser en sus manos un método composicional libre, instantáneo. Los llamados «racimos tonales» con los que se desarrollaba su escritura momentánea ya habían sido utilizados anteriormente por un músico, Henry Cowell, aunque Cecil llevó el procedimiento a un punto en el que, por sus complicaciones armónicas, y sobre todo por la sistematización de la corriente sonora atonal en flujos tonales, no podía compararse con nada existente. Supongamos que vivía (es el tipo de datos de que nos proveen las biografías) en un ruinoso departamento del East End de Manhattan. Ratones, de los que aman los norteamericanos, una cantidad indefinida y constante de cucarachas, la embotada promiscuidad de una vieja casa con escaleras estrechas, son el panorama original. La atmósfera. Lo innecesario. En su cuarto había un piano que no siempre podía hacer afinar por falta de los catorce dólares necesarios, y era un mueble ya casi póstumo. Dormía allí por la mañana y parte de la tarde, y salía al anochecer. Trabajaba de lavacopas en un bar. Ya había grabado un disco (In transition) y esperaba algunos trabajos temporarios en bares con piano.

Por supuesto, sabía que era preciso descartar la idea de un reconocimiento súbito, y hasta de un triunfo gradual, a la manera de círculos concéntricos; no era tan ingenuo. Pero sí esperaba, y tenía todo el derecho a hacerlo, que tarde o temprano su talento llegaría a ser celebrado. (Aquí hay una verdad y un error: es cierto que hoy se lo aprecia en todo el mundo, y quienes hemos escuchado sus discos durante años con amor y una admiración sin límites seríamos los últimos en ponerlo en duda; pero también hay un error, un error de tipo lógico, y esta historia intentará mostrar, sin énfasis, la propiedad del error. Claro que nada confirma la necesidad de esta historia, que no es más que un capricho literario. Sucede que una vez imaginada, se vuelve en cierto modo necesaria. La historia de la prostituta que espantó a la rata no es necesaria tampoco, lo que no quiere decir que la gran serie virtual de las historias sea innecesaria en su conjunto; y sin embargo lo es. La de Cecil Taylor es una vieja fábula: le conviene el modo de la aplicación. La atmósfera no es necesaria... ¿Pero cómo oír la música fuera de una atmósfera?)

El bar con piano en cuestión resultó ser un local al que acudían músicos y drogadictos. El artista se predispuso a una acogida fluctuante entre la indiferencia y el interés; descartaba el escándalo, en ese ambiente. Se predispuso a que la indiferencia fuera el plano, y el interés el punto: el plano podía cubrir el mundo como un toldo de papel, el interés era puntual y real como un «buenos días» entre peces. Se preparaba para la incongruencia inherente a las grandes geometrías. El azar de la concurrencia podía proveerlo de un atisbo de atención: nadie sabe lo que crece de noche (él tocaría después de las doce, al día siguiente en realidad), y lo que uno hace nunca pasa totalmente inadvertido. Pero esta vez pasó. Para su gran sorpresa, la oportunidad se reveló precisamente «nunca». Escarnio invisible licuado en risitas inaudibles. Así transcurrió la velada, y el patrón canceló la segunda presentación para la próxima noche, aunque no la había pagado. Por supuesto, Cecil no discutió con él su música. No vio la utilidad. Se limitó a volver con los ratones.

Dos meses más tarde, su distraída rutina de trabajo (ya no era lavacopas sino empleado en una estación de servicio) fue realzada una vez más por un contrato verbal para actuar en un bar, una sola noche esta vez, y a mitad de la semana. El bar se parecía al anterior, aunque quizá fuera algo peor, y la concurrencia no difería; incluso era posible que algunos de los que habían estado presentes aquella noche se repitieran aquí. Eso llegó a pensar, el muy iluso. Su música sonó en los oídos de una decena y media de músicos, drogadictos y alcohólicos, quizá hasta en las bellas orejitas negras, con su pimpollo de oro, de una mujer vestida de raso: una mantenida, por la heroína. No hubo aplausos, alguien se rió pesadamente (de otra cosa, con toda seguridad) y el dueño del bar no se molestó siquiera en decirle buenas noches, ¿Por qué iba a hacerlo? Hay momentos así, en que la música queda sin comentarios. Se prometió, sin motivo, venir en otra oportunidad al bar (alguna vez lo había frecuentado, como oyente) para imaginarse a sus anchas la posición del ser humano ante la música: el pianista consumado, la sucesión de viejas melodías, lentas y espaciadas. No lo hizo nunca, por creer que no valía la pena. Se consideraba una persona desprovista de imaginación. Transcurrida una semana, la representación de este fracaso se fundió con la del anterior, y eso le produjo una cierta extrañeza. ¿Se trataría de una repetición? No había motivos para creerlo, y sin embargo la realidad se mostraba así de simple.

Un día se encontró en la calle con un ex condiscípulo de la Advanced School of Music de Boston, un neoclasicista. Cecil se mofaba en secreto de Stravinsky ?todos los negros desprecian a los rusos, eso es un hecho?. Un par de frases, y el otro quedó vagamente impresionado por el tono sibilino de la voz de su conocido, el susurro, el gorro de lana. (Si en lugar de ser una nulidad, el ex condiscípulo hubiera llegado a algo, habría anotado el hecho en su autobiografía, muchísimos años después.).

Tres meses más tarde, una conversación de madrugada en una mesa de Village Vanguard resultó en un ofrecimiento para presentarse allí una noche, como complemento a un grupo renombrado. Abandonó su empleo en la estación de servicio y trabajó diez horas diarias en su piano (se había mudado a un cuarto en una vieja casa de proxenetas en Bleeker Street) durante la semana que lo separaba de su presentación. Al V.V. asistía la flor y nata del mundillo del jazz. Estaba persuadido de que en ese momento se formaría el primer círculo, así fuera pequeño como un punto, del que se irradiaría la comprensión de su actividad musical, y en consecuencia esta actividad misma.

Llegó la noche en cuestión, entró a la tarima donde estaba el piano cuando se lo pidieron, y atacó...
No hubo más que unos aplausos condescendientes: «al menos sudó». Esto lo desconcertaba. En la parte posterior del escenario había algunos músicos que desviaron la mirada con una sonrisita de monos. Fue a sentarse a la mesa donde estaban sus conocidos, que hablaban de otra cosa. Uno le tomó el codo e inclinándose hacia él sacudió lentamente la cabeza hacia la derecha y la izquierda. Con una gran carcajada, alguien prorrumpió en un «Después de todo, ya terminó». El crítico de jazz más prominente de la época estaba sentado unas mesas más allá. El que había sacudido la cabeza fue a conversar con él y regresó con este mensaje:
-Sinhué -así lo llamaban al crítico entre ellos- hizo un silogismo claro como un cielo sin nubes: el jazz es una forma de música, por tanto es una parte de la música. Como lo hace nuestro buen Cecil no es música, tampoco puede aspirar a la categoría de jazz. Según él, según lo que entiendo yo, que soy un autodidacta, no se puede avanzar hacia el jazz sino desde el embudo de lo general, es decir no habría particularidades que puedan relacionarse por analogía con el jazz.

No intentó ninguna refutación. Evidentemente ese imbécil no sabía nada de música, lo que no podía sorprenderlo. El, por su parte, no entendía una palabra de sus razones, o mejor dicho de la convicción que apoyaba sus razones. Esperó alelado que alguno de los músicos que vio por ahí le hiciera saber algo. Pero no fue así. De hecho, no podía estar seguro de que hubiera ningún músico de los que creía haber visto, porque era muy miope y usaba unos anteojos oscuros que con la escasa luz del salón obnubilaban todo reconocimiento. Pero, cuando volvió a pensar en la situación en los días subsiguientes, comprendió que de nadie debía esperar menos reconocimiento explícito que de sus colegas. ¿Se vería obligado a escuchar infinitamente la música ajena hasta reconocer una nota, un pequeño solfeo amistoso, un «Hi» como los que se cruzaban cuando volvían del baño después de una dosis? No había hecho otra cosa en su vida, y amaba el jazz.

Pasaron varias semanas. Trabajó haciendo la limpieza en un banco, de sereno en un edificio de oficinas y en un estacionamiento. Una noche le presentaron a alguien que tomó su dirección por el más fútil de los motivos: la señora Vanderbilt contrataba pianistas para sus tés. Efectivamente, fue llamado a los pocos días: al parecer sus credenciales de estudio habían sido investigadas y aprobadas. Fue a las seis de la tarde a la mansión de Long Island y tomó una taza de café con los criados, que al parecer se hacían una idea extraña de su trabajo. Un valet vino a anunciarle que podía empezar su interpretación. Se ubicó frente a un perfecto Steinway entreabierto, en una sala donde una elegante cantidad de personas de ambos sexos bebían y conversaban. Su actuación duró escasos veinte segundos pues la señora Vanderbilt en persona, en un rasgo que los entendidos calificaron de esnob, se acercó (lo esnob del asunto estuvo en que no mandó al valet a hacerlo) y con toda lentitud cerró la tapa del piano sobre las teclas. Cecil ya había apartado las manos.
-Prescindiremos de su compañía -le dijo haciendo tintinear las perlas. No es tan difícil como se cree, hacer tintinear perlas.
Los invitados aplaudieron a Gloria.
-Debí suponer que pasaría algo así -le decía Cecil a su amante esa noche?. Pero también debí suponer que la extrañeza misma, en lugar de atravesar la coraza de ignorancia de esa gente, sirviera como una vaselina para que la impenetrabilidad de la coraza girara sobre sí misma y se volviera inútil. Mi música tiene muchos aspectos, y yo sólo conozco los musicales. La vida está llena de sorpresas.

En la primavera tuvo un nuevo contrato, esta vez por una semana entera, en un bar cuyas características más visibles eran las ráfagas de importancia nula que se le confería a la música que sonaba en él. Viejas negras, ex esclavas, debían de tocar allí de madrugada, sus pianos apolillados. El dueño estaba ocupado exclusivamente por el tráfico de heroína, y era algún mozo el que apalabraba a los pianistas. Cecil tocaría a la medianoche, durante dos horas. La gente entraba y salía, no podía confiarse en que nadie, entre una compra y una venta, o entre la adquisición y el uso, tuviera el ánimo lo bastante despejado como para apreciar una forma genuinamente novedosa de música. Con esa composición de lugar se sentó al piano.

Habrían transcurrido dos o tres minutos de su ejecución cuando se le acercó por atrás el dueño del bar, agitando la mano en la que no sostenía el cigarrillo.
-Shh, shh -le dijo cuando estuvo a su lado-. Preferiría que no siguieras, hijo.
Cecil retiró las manos del teclado. Algunos parroquianos aplaudieron riéndose. Subió una señora negra que comenzó a tocar Body & Soul. El dueño le tendió un billete de diez dólares al demudado músico, pero cuando éste lo iba a tomar retiró la mano:
- ¿No habrás querido tomarnos el pelo?
Era un individuo peligroso. Pesaría noventa kilos, es decir cincuenta más que Cecil, que se marchó sin esperar más reprimendas.

Cecil era una especie de duende, elegante pese a su miseria, siempre en terciopelo y cueros blancos, zapatos en punta como correspondía a su cuerpecito pequeño, musculoso. Podía llegar a perder dos kilos en una tarde de improvisaciones en su viejo piano. Extraordinariamente distraído, liviano, volátil, cuando se sentaba y cruzaba las piernas (pantalones anchos, camisa inmaculada, chaleco tejido) era redundante como un bibelot; lo mismo cuando encendía un cigarrillo, o sea casi todo el tiempo. El humo era el bosque en el que este duende tenía su morada, a la sombra de una telaraña húmeda.

Esa noche caminó por las profundas calles del sur de la isla, pensando. Había algo curioso: la actitud del difuso irlandés que vendía heroína no difería gran cosa de la que había mostrado poco antes la señora Vanderbilt. Pero ambos personajes no se parecían en nada. Salvo en esto. ¿Pasaría por ahí, por el acto de interrumpirlo, el común denominador de la especie humana? Por otra parte, en las últimas palabras del sujeto encontraba algo más, algo que ahora reconstruía en el recuerdo de todas sus desdichadas presentaciones. Siempre le preguntaban si lo hacía en broma o no. Claro que la señora Vanderbilt, por ejemplo, no se había rebajado a preguntárselo, pero en general había supuesto la existencia de la pregunta; más aún, diríase que su indignación no se había debido más que a la insolencia de hacerle necesario ponerse en actitud de proferir, explícita o tácitamente, tal pregunta a un negro. Ella había dicho «No lo sé, ni me importa». Pero en cierto modo había mostrado que le importaba. Cecil se preguntó por qué era posible preguntarle eso a él, y la misma pregunta no era pertinente respecto de lo demás. Por ejemplo él jamás le habría preguntado a la señora V. si hacía lo que hacía (fuera esto lo que fuera) en serio o en broma. Lo mismo al dueño del bar de esta noche. Había algo inherente a su trabajo que provocaba la interrogación.

La señora Vanderbilt, por otro lado, participaba de una famosa anécdota, que citaban casi todos los libros de psicología escritos en los últimos años. En cierta ocasión había querido amenizar una cena con música de violín. Preguntó quién era el mejor violinista del mundo: ¿qué menos podía pagar, ella? Fritz Kreisler, le dijeron. Lo llamó por teléfono. No doy conciertos privados, dijo él: mis honorarios son demasiado altos. Eso no es problema, respondió la señora: ¿cuánto? Diez mil dólares. De acuerdo, lo espero esta noche. Pero hay un detalle más, señor Kreisler: usted cenará en la cocina con la servidumbre, y no deberá alternar con mis invitados. En ese caso, dijo él, mis honorarios son otros. Ningún problema; ¿cuánto? Dos mil dólares, respondió el violinista.

Los conductistas amaban ese cuento, y lo seguirían amando toda su vida, contándoselo incansablemente entre ellos y transcribiéndolo en sus libros y artículos... Pero la anécdota de él, de Cecil, ¿la amaría alguien, la contaría alguien? ¿No tenían que triunfar también las anécdotas, para que las repitiera alguien?

Ese verano fue invitado, junto con una legión de músicos, a participar en el festival de Newport, que dedicaría un par de jornadas, por la tarde, a presentar artistas nuevos. Cecil reflexionó: su música, esencialmente novedosa, resultaría un desafío en ese marco. Por primera vez se haría oír en un concierto, no en el desagradable ambiente distraído de los bares (aunque todos los grandes músicos de jazz habían triunfado en los bares). Pues bien, llegado el momento, su presentación tuvo lugar en un clima de la mayor frialdad. No hubo aplausos, y los pocos críticos presentes se retiraron al pasillo a fumar un cigarrillo a la espera del número siguiente. En unas pocas crónicas se lo mencionó, pero sólo como una extravagancia. «No es música», decían, lacónicos, los entendidos. Mientras que los demás se preguntaban si habría sido una broma. El cronista de Down Beat proponía la cuestión (bajo luz irónica, claro está) como una paradoja: si golpeamos al azar el teclado de un piano... En resumen, una reedición de la paradoja llamada «del cretense». La música, pensaba Cecil, no es paradojal, pero lo que me sucede a mí en cierta forma es una paradoja. Pero no hay paradojas del estilo, no puede haberlas. Eso es lo paradojal en mi caso.

En el curso de los meses que siguieron se presentó en una media docena de bares, siempre distintos ya que el resultado era idéntico en todos los casos, y hubo dos invitaciones: primero a una universidad, después a un ciclo de artistas de vanguardia en la Copper Union. En el primer caso Cecil fue con la esperanza fluctuante que resultó desperdiciada (la sala se vació a los pocos minutos de iniciada la actuación y el profesor que lo había invitado debió hacer un difícil malabarismo para justificarse, y lo odió desde entonces), pero al menos sirvió para que comprobara otro pequeño detalle. Un público selecto es un público esnob. El esnobismo es un secreto a voces que se calla. El público universitario no tenía motivos para «entender» la música; no digamos «apreciarla», porque eso no les concernía. Pero a su vez actuaba una presión (ellos mismos eran esa presión) para que sí la entendieran. La mentira encontraba su difícil atmósfera ideal, el malentendido podía quedarse a vivir para siempre en esas aulas. Un pequeño porcentaje de mentira, por pequeño que fuera, podía apuntalar la verdad indiscutible de lo real. ¿Quién nos asegura, al fin de cuentas, que realmente estamos vestidos en el sentido que importa, que los pantalones y las camisas y las corbatas no son obscenos? Pues bien, su actuación no produjo nada de eso. ¿Entonces el esnobismo no existía? Si era así, todo el edificio mental accesorio de Cecil se venía abajo. Ya no podría entender nunca al mundo.

En la Cooper Union la experiencia resultó menos gratificante todavía. Los músicos vanguardistas que presentaban sus obras junto a él estaban en la posición ideal de determinar qué era música y qué no, ya que ellos mismos se encontraban precisamente en el borde interno de la música, en su área de ampliación sistemática. Pero tampoco aquí la posición ideal dio lugar al juicio correcto. De la obra del jazzman negro sólo pudieron decir dos cosas: que por el momento no era música(es decir, que no lo sería nunca) y que se les ocurriría casualmente la pregunta de si no estarían ante una especie de broma.

Cecil abandonó uno de sus empleos habituales y con algo de dinero ahorrado pasó los meses de invierno estudiando y componiendo. En la primavera surgió un contrato por unos días, en un bar de Brooklin, donde se repitió lo de siempre, lo de aquella primera noche. Cuando volvía a su casa en el tren, el movimiento, el paso de las estaciones inmóviles produjo en él un estado propicio al pensamiento. Entonces advirtió que la lógica de todo el asunto era perfectamente clara, y se preguntó por qué no lo había visto antes: en efecto, en todas las historias con que Hollywood le había lavado el cerebro siempre hay un músico al que al principio no aprecian y al final sí. Ahí estaba el error: en el paso del fracaso al triunfo, como si fueran el punto A y el punto B que une una línea. En realidad el fracaso es infinito, porque es infinitamente divisible, cosa que no sucede con el éxito.

Supongamos, se decía Cecil en el vagón vacío a las tres de la mañana, que para llegar a ser reconocido deba actuar ante un público cuyo coeficiente de sensibilidad e inteligencia haya superado un umbral de X. Pues bien, si comienzo actuando, digamos, ante un público cuyo coeficiente sea de una centésima parte de X, después tendré que «pasar» por un público cuyo coeficiente sea de una quincuagésima parte de X, después por uno de una vigésima quinta parte de X... y así ad infinitum.

«De modo que mientras continúe la serie, siempre fracasaré, porque nunca tendré el público de la calidad mínima necesaria. ¡Es tan obvio!»

Seis meses después fue contratado para tocar en un tugurio al que asistían turistas franceses.

Se presentó poco antes de la medianoche. Sentado en el taburete, estiró las manos hacia las teclas, atacó con una serie de acordes... Unas risotadas sonaron sin énfasis. El mâitre le hacía señas de que bajara, con gesto alegre. ¿Habrían decidido ya que era una broma? No, estaban razonablemente disgustados. Subió de inmediato, para tapar el mal momento, un pianista negro de unos cuarenta años. A Cecil nadie le dirigió la palabra, pero de todas maneras esperó que le pagaran una parte de lo prometido (siempre lo hacían) y se quedó mirando y escuchando al pianista. Reconocía el estilo, algo de Monk, algo de Bud Powell. Lo emocionaba la música. Un pianista convencional, pensó, siempre estaba tratando con la música en su forma más general. Efectivamente, le dieron veinte dólares, con la condición de que nunca volviera a pedirles trabajo.

domingo, 9 de octubre de 2011

La creación del piñón

Abraham Sánchez


Sucedió que una monja soñó que besaba y tomaba unos pezones duros y encendidos. Dios, al ver eso, la hizo despertar, y de castigo para frustrar su sueño, puso entre sus dedos, en vez de los ensoñados pezones, esas semillitas rosadas conocidas como piñones, con las que las monjas hicieron después exquisitos dulces.

El contribuyente

Abraham Sánchez


R.F.C.: FGHFSFG7865T69T86P´0*/*-4. ¿A alguien le importa? Y sin embargo, era lo primero que le preguntaban.
Este hombre, porque, a pesar de todo, era un hombre, siempre pagaba sus impuestos puntualmente y conservaba todos los papeles que era necesario. El poco tiempo que no empleaba en trabajar o transportarse a través de la gran ciudad, lo empleaba estudiando un diplomado que le exigían en su trabajo para poder seguir contratándolo.
Pero era un terrible criminal, no crean que no.
Sacaba fotocopias.
¡No pagaba derechos de autor! ¡Era cómplice de la piratería! La piratería, que hizo que cayera el católico imperio español. Pero esta no era piratería inglesa y holandesa, sino china y mexicana. Aunque las fotocopiadoras eran de empresas japonesas o estadounidenses. Pero bueno, las fotocopiadoras no tienen la culpa de que se haga mal uso de ellas. ¡Son inocentes! ¡Inocentes!
Decía que no le alcanzaba para comprar libros. De hecho, a veces ni siquiera le alcanzaba para sacar sus copias chafitas en las que a veces salían repetidas páginas o faltaban otras, o no salían bien las letras.

Ap rte de la real zacidn del proveclo pueden exislir otros proccsos imprescindiloles

Pero era un criminal. Eran excusas de criminal.
Sólo había podido rentar, con muchos esfuerzos, un cuartito de dos metros cuadrados, construido con las fotocopias que ya no utilizaba.
El ministerio que cobraba los impuestos en aquel país remoto, esperó con estoica paciencia, característica de su nobleza de espíritu. Pasaron treinta días y el contribuyente con R.F.C.: FGHFSFG7865T69T86P´0*/*-4 no había pagado un solo peso. Lo sabían. Sus sospechas eran ciertas.
Al día siguiente fue un empleado, de traje y portafolios, a visitarlo para pedirle amablemente que cumpliera sus obligaciones con el gobierno que le daba todo.
Nadie le abrió la puerta ni respondió a sus gritos. Esas paredes de papel reseco parecían perfectamente herméticas. Un refugio contra bombas.
El ministerio decidió esperar, a sabiendas de que el contribuyente podría estar huyendo a Suiza. Quiso darle otra oportunidad.
Una semana después mandó tanquetas y granaderos.
Les costó casi tres horas derrumbar los muros de papel, entre los que se encontraban todos sus papeles oficiales. No tenía dónde guardarlos, así que los apiló y de ese modo formó esta fortaleza.
Finalmente vieron que en el interior del inmueble se encontraba un objeto encorvado, parecido a un hombre y a una plantita reseca.
No reaccionaba ante el altavoz que le gritaba al oído su nombre y su R.F.C.
Finalmente, como no tenía otra opción, un policía lo tomó del brazo, dispuesto a llevarlo al lugar que era competente.
Pero se quedó con el brazo en la mano. Crujió.

La censura de la indiferencia

Un autor no leído es un autor víctima de la peor censura: la de la indiferencia. Es una censura más efectiva que la del Índice eclesiástico.

Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe

sábado, 8 de octubre de 2011

Villaurrutia sobre sor Juana

Una persona curiosa [con esa curiosidad como pasión, no como capricho ...] no se aburrirá jamás, porque la curiosidad es uno de los grandes motores que ha tenido el mundo.

martes, 4 de octubre de 2011

Vanidad en la falsa humildad

En una ocasión, al quitarle un compañero algunos piojos de la sotana del padre Antonio Núñez de Miranda, confesor de sor Juana e inquisidor, le dijo: "ve así, compañero, nuestra cosecha, piojos, podredumbre y hediondez y con todo esto estamos llenos de vanidad."

martes, 27 de septiembre de 2011

Revelaciones

De Lorena para Abraham



En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
el deseo es rey.
...
Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.


Alejandra Pizarnik

viernes, 23 de septiembre de 2011

Fragmentos de la Respuesta a sor Filotea de la Cruz

Juana Inés de la Cruz

¿Qué entendimiento tengo yo, qué estudio, qué materiales, ni qué noticias para eso, sino cuatro bachillerías superficiales? Dejen eso para quien lo entienda, que yo no quiero ruido con el Santo Oficio, que soy ignorante y tiemblo de decir alguna proposición malsonante o torcer la genuina inteligencia de algún lugar.
(...)
Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones --que he tenido muchas--, ni propias reflejas --que he hecho no pocas--, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aun hay quien diga que daña.
(...)
no había cumplido los tres años de mi edad cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer en una de las que llaman Amigas, me llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban lección, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, a mi parecer, a la maestra, la dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó, porque no era creíble; pero, por complacer al donaire, me la dio. Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque la desengañó la experiencia; y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi madre, a quien la maestra lo ocultó por darle el gusto por entero y recibir el galardón por junto; y yo lo callé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho sin orden. Aún vive la que me enseñó (Dios la guarde), y puede testificarlo.
(...)
Empecé a deprender gramática, en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres --y más en tan florida juventud-- es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él cuatro o seis dedos, midiendo hasta dónde llegaba antes, e imponiéndome ley de que si cuando volviese a crecer hasta allí no sabía tal o tal cosa que me había propuesto deprender en tanto que crecía, me lo había de volver a cortar en pena de la rudeza. Sucedía así que él crecía y yo no sabía lo propuesto, porque el pelo crecía aprisa y yo aprendía despacio, y con efecto le cortaba en pena de la rudeza: que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno. Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros.
(...)
como es menester mucho uso corporal para adquirir hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios ejercicios; pero en lo formal y especulativo sucede al contrario, y quisiera yo persuadir a todos con mi experiencia a que no sólo no estorban, pero se ayudan dando luz y abriendo camino las unas para las otras, por variaciones y ocultos engarces —que para esta cadena universal les puso la sabiduría de su Autor—, de manera que parece se corresponden y están unidas con admirable trabazón y concierto. Es la cadena que fingieron los antiguos que salía de la boca de Júpiter, de donde pendían todas las cosas eslabonadas unas con otras.
(...)
Yo de mí puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor de una facultad, lo suelo entender en otro de otra que parece muy distante; y esos propios, al explicarse, abren ejemplos metafóricos de otras artes: como cuando dicen los lógicos que el medio se ha con los términos como se ha una medida con dos cuerpos distantes, para conferir si son iguales o no; y que la oración del lógico anda como la línea recta, por el camino más breve, y la del retórico se mueve, como la corva, por el más largo, pero van a un mismo punto los dos; y cuando dicen que los expositores son como la mano abierta y los escolásticos como el puño cerrado. Y así no es disculpa, ni por tal la doy, el haber estudiado diversas cosas, pues éstas antes se ayudan, sino que el no haber aprovechado ha sido ineptitud mía y debilidad de mi entendimiento, no culpa de la variedad. Lo que sí pudiera ser descargo mío es el sumo trabajo no sólo en carecer de maestro, sino de condiscípulos con quienes conferir y ejercitar lo estudiado, teniendo sólo por maestro un libro mudo, por condiscípulo un tintero insensible; y en vez de explicación y ejercicio muchos estorbos, no sólo los de mis religiosas obligaciones (que éstas ya se sabe cuán útil y provechosamente gastan el tiempo) sino de aquellas cosas accesorias de una comunidad: como estar yo leyendo y antojárseles en la celda vecina tocar y cantar; estar yo estudiando y pelear dos criadas y venirme a constituir juez de su pendencia; estar yo escribiendo y venir una amiga a visitarme, haciéndome muy mala obra con muy buena voluntad, donde es preciso no sólo admitir el embarazo, pero quedar agradecida del perjuicio. Y esto es continuamente, porque como los ratos que destino a mi estudio son los que sobran de lo regular de la comunidad, esos mismos les sobran a las otras para venirme a estorbar; y sólo saben cuánta verdad es ésta los que tienen experiencia de vida común, donde sólo la fuerza de la vocación puede hacer que mi natural esté gustoso, y el mucho amor que hay entre mí y mis amadas hermanas, que como el amor es unión, no hay para él extremos distantes.
En esto sí confieso que ha sido inexplicable mi trabajo; y así no puedo decir lo que con envidia oigo a otros: que no les ha costado afán el saber. ¡Dichosos ellos! A mí, no el saber (que aún no sé), sólo el desear saber me le ha costado tan grande que pudiera decir con mi Padre San Jerónimo (aunque no con su aprovechamiento): Quid ibi laboris insumpserim, quid sustinuerim difficultatis, quoties desperaverim, quotiesque cessaverim et contentione discendi rursus inceperim; testis est conscientia, tam mea, qui passus sum, quam eorum qui mecum duxerunt vitam.
(...)
Pues por la --en mí dos veces infeliz-- habilidad de hacer versos, aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no me han dado o cuáles no me han dejado de dar? Cierto, señora mía, que algunas veces me pongo a considerar que el que se señala --o le señala Dios, que es quien sólo lo puede hacer-- es recibido como enemigo común, porque parece a algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen o que hace estanque de las admiraciones a que aspiraban, y así le persiguen.
Aquella ley políticamente bárbara de Atenas, por la cual salía desterrado de su república el que se señalaba en prendas y virtudes porque no tiranizase con ellas la libertad pública, todavía dura, todavía se observa en nuestros tiempos, aunque no hay ya aquel motivo de los atenienses; pero hay otro, no menos eficaz aunque no tan bien fundado, pues parece máxima del impío Maquiavelo: que es aborrecer al que se señala porque desluce a otros. Así sucede y así sucedió siempre.
Y si no, ¿cuál fue la causa de aquel rabioso odio de los fariseos contra Cristo, habiendo tantas razones para lo contrario? Porque si miramos su presencia, ¿cuál prenda más amable que aquella divina hermosura? ¿Cuál más poderosa para arrebatar los corazones? Si cualquiera belleza humana tiene jurisdicción sobre los albedríos y con blanda y apetecida violencia los sabe sujetar, ¿qué haría aquélla con tantas prerrogativas y dotes soberanos? ¿Qué haría, qué movería y qué no haría y qué no movería aquella incomprensible beldad, por cuyo hermoso rostro, como por un terso cristal, se estaban transparentando los rayos de la Divinidad? ¿Qué no movería aquel semblante, que sobre incomparables perfecciones en lo humano, señalaba iluminaciones de divino? Si el de Moisés, de sólo la conversación con Dios, era intolerable a la flaqueza de la vista humana, ¿qué sería el del mismo Dios humanado? Pues si vamos a las demás prendas, ¿cuál más amable que aquella celestial modestia, que aquella suavidad y blandura derramando misericordias en todos sus movimientos, aquella profunda humildad y mansedumbre, aquellas palabras de vida eterna y eterna sabiduría? Pues ¿cómo es posible que esto no les arrebatara las almas, que no fuesen enamorados y elevados tras él?
Dice la Santa Madre y madre mía Teresa, que después que vio la hermosura de Cristo quedó libre de poderse inclinar a criatura alguna, porque ninguna cosa veía que no fuese fealdad, comparada con aquella hermosura. Pues ¿cómo en los hombres hizo tan contrarios efectos? Y ya que como toscos y viles no tuvieran conocimiento ni estimación de sus perfecciones, siquiera como interesables ¿no les moviera sus propias conveniencias y utilidades en tantos beneficios como les hacía, sanando los enfermos, resucitando los muertos, curando los endemoniados? Pues ¿cómo no le amaban? ¡Ay Dios, que por eso mismo no le amaban, por eso mismo le aborrecían! Así lo testificaron ellos mismos.
Júntanse en su concilio y dicen: Quid facimus, quia hic homo multa signa facit? ¿Hay tal causa? Si dijeran: éste es un malhechor, un transgresor de la ley, un alborotador que con engaños alborota el pueblo, mintieran, como mintieron cuando lo decían; pero eran causales más congruentes a lo que solicitaban, que era quitarle la vida; mas dar por causal que hace cosas señaladas, no parece de hombres doctos, cuales eran los fariseos. Pues así es, que cuando se apasionan los hombres doctos prorrumpen en semejantes inconsecuencias. En verdad que sólo por eso salió determinado que Cristo muriese. Hombres, si es que así se os puede llamar, siendo tan brutos, ¿por qué es esa tan cruel determinación? No responden más sino que multa signa facit. ¡Válgame Dios, que el hacer cosas señaladas es causa para que uno muera! Haciendo reclamo este multa signa facit a aquel: radix Iesse, qui stat in signum populorum, y al otro: in signum cui contradicetur. ¿Por signo? ¡Pues muera! ¿Señalado? ¡Pues padezca, que eso es el premio de quien se señala!
Suelen en la eminencia de los templos colocarse por adorno unas figuras de los Vientos y de la Fama, y por defenderlas de las aves, las llenan todas de púas; defensa parece y no es sino propiedad forzosa: no puede estar sin púas que la puncen quien está en alto. Allí está la ojeriza del aire; allí es el rigor de los elementos; allí despican la cólera los rayos; allí es el blanco de piedras y flechas. ¡Oh infeliz altura, expuesta a tantos riesgos! ¡Oh signo que te ponen por blanco de la envidia y por objeto de la contradicción! Cualquiera eminencia, ya sea de dignidad, ya de nobleza, ya de riqueza, ya de hermosura, ya de ciencia, padece esta pensión; pero la que con más rigor la experimenta es la del entendimiento. Lo primero, porque es el más indefenso, pues la riqueza y el poder castigan a quien se les atreve, y el entendimiento no, pues mientras es mayor es más modesto y sufrido y se defiende menos. Lo segundo es porque, como dijo doctamente Gracián, las ventajas en el entendimiento lo son en el ser. No por otra razón es el ángel más que el hombre que porque entiende más; no es otro el exceso que el hombre hace al bruto, sino solo entender; y así como ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro entiende más, porque es consecuencia del ser más. Sufrirá uno y confesará que otro es más noble que él, que es más rico, que es más hermoso y aun que es más docto; pero que es más entendido apenas habrá quien lo confiese: Rarus est, qui velit cedere ingenio. Por eso es tan eficaz la batería contra esta prenda.
Cuando los soldados hicieron burla, entretenimiento y diversión de Nuestro Señor Jesucristo, trajeron una púrpura vieja y una caña hueca y una corona de espinas para coronarle por rey de burlas. Pues ahora, la caña y la púrpura eran afrentosas, pero no dolorosas; pues ¿por qué sólo la corona es dolorosa? ¿No basta que, como las demás insignias, fuese de escarnio e ignominia, pues ése era el fin? No, porque la sagrada cabeza de Cristo y aquel divino cerebro eran depósito de la sabiduría; y cerebro sabio en el mundo no basta que esté escarnecido, ha de estar también lastimado y maltratado; cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas. ¿Cuál guirnalda espera la sabiduría humana si ve la que obtuvo la divina?
(...)
En todo lo dicho, venerable señora, no quiero (ni tal desatino cupiera en mí) decir que me han perseguido por saber, sino sólo porque he tenido amor a la sabiduría y a las letras, no porque haya conseguido ni uno ni otro.
(...)
Una vez lo consiguieron una prelada muy santa y muy cándida que creyó que el estudio era cosa de Inquisición y me mandó que no estudiase. Yo la obedecí (unos tres meses que duró el poder ella mandar) en cuanto a no tomar libro, que en cuanto a no estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esta máquina universal. Nada veía sin refleja; nada oía sin consideración, aun en las cosas más menudas y materiales; porque como no hay criatura, por baja que sea, en que no se conozca el me fecit Deus, no hay alguna que no pasme el entendimiento, si se considera como se debe. Así yo, vuelvo a decir, las miraba y admiraba todas; de tal manera que de las mismas personas con quienes hablaba, y de lo que me decían, me estaban resaltando mil consideraciones: ¿De dónde emanaría aquella variedad de genios e ingenios, siendo todos de una especie? ¿Cuáles serían los temperamentos y ocultas cualidades que lo ocasionaban? Si veía una figura, estaba combinando la proporción de sus líneas y mediándola con el entendimiento y reduciéndola a otras diferentes. Paseábame algunas veces en el testero de un dormitorio nuestro (que es una pieza muy capaz) y estaba observando que siendo las líneas de sus dos lados paralelas y su techo a nivel, la vista fingía que sus líneas se inclinaban una a otra y que su techo estaba más bajo en lo distante que en lo próximo: de donde infería que las líneas visuales corren rectas, pero no paralelas, sino que van a formar una figura piramidal. Y discurría si sería ésta la razón que obligó a los antiguos a dudar si el mundo era esférico o no. Porque, aunque lo parece, podía ser engaño de la vista, demostrando concavidades donde pudiera no haberlas.
(...)
Pues ¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos, que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí y juntos no. Por no cansaros con tales frialdades, que sólo refiero por daros entera noticia de mi natural y creo que os causará risa; pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito. Y prosiguiendo en mi modo de cogitaciones, digo que esto es tan continuo en mí, que no necesito de libros; y en una ocasión que, por un grave accidente de estómago, me prohibieron los médicos el estudio, pasé así algunos días, y luego les propuse que era menos dañoso el concedérmelos, porque eran tan fuertes y vehementes mis cogitaciones, que consumían más espíritus en un cuarto de hora que el estudio de los libros en cuatro días; y así se redujeron a concederme que leyese; y más, Señora mía, que ni aun el sueño se libró de este continuo movimiento de mi imaginativa
(...)
hay muchos que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la Ley (que es quien las rehusa); y así hasta que por decir lo que nadie ha dicho dicen una herejía, no están contentos. De éstos dice el Espíritu Santo: In malevolam animam non introibit sapientia. A éstos, más daño les hace el saber que les hiciera el ignorar. Dijo un discreto que no es necio entero el que no sabe latín, pero el que lo sabe está calificado. Y añado yo que le perfecciona (si es perfección la necedad) el haber estudiado su poco de filosofía y teología y el tener alguna noticia de lenguas, que con eso es necio en muchas ciencias y lenguas: porque un necio grande no cabe en sólo la lengua materna.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Fragmento de "El budismo" de Borges

La tolerancia del budismo no es una debilidad, sino que pertenece a su índole misma. El budismo fue, ante todo, lo que podemos llamar un yoga. ¿Qué es la palabra yoga? Es la misma palabra que usamos cuando decimos yugo y que tiene su origen en el latín yugu.

Un yugo, una disciplina que el hombre se impone.

Jorge Luis Borges

sábado, 20 de agosto de 2011

Ancha es Castilla

Mägo de Oz


Si crees que todo cuanto has escuchado

No tiene contigo nada que ver,

Estás amigo equivocado, párate a ver, párate a ver.


Todos soñamos con ser

Un caballero y tener

Algo por lo que luchar

Y un amor que defender.


Si tienes un ideal, un principio

Defiéndelo y aférrate a él,

Alguien escribió que la vida es sueño,

Y los sueños, sueños son.


Sé rebelde cómo el mar

Y sé noble porque al final

De ésta vida llevarás

Tu libertad.


No importa cuán loco te crean todos

Manténte firme, manténte en pie,

Buscar tu sitio,

Encontrarte a ti mismo

Es tu misión, es la razón.


Grítale al cielo que no

Quieres ser sólo uno más

Ancha es Castilla y el sol

Tu caminar guiará.

domingo, 19 de junio de 2011

Gershwin autodidacto

Cuando Gershwin le pidió a Ravel que le diera clases, éste se negó, argumentando lo siguiente: «Usted perdería su gran espontaneidad melódica para componer en un mal estilo raveliano. ¿Para que quiere ser un Ravel de segunda, cuando puede ser un Gershwin de primera?»
Hay personas a las que tomar clases les resultaría contraproducente, no por el hecho de que aprender les afecte, pues eso siempre es bueno, sino porque existe el riesgo de que se enajenen de alguna manera. Muchas veces la educación se convierte en la imposición de ideas y hasta maneras de ser sobre el estudiante. Y eso, concretamente en el caso de un creador, es mortal.

miércoles, 15 de junio de 2011

Virtud y placer

Para la sexualidad taoísta, el meridiano de referencia es la virtud, el te. No hay buena sexualidad donde no se encuentra virtud.

Miguel Marlaire, Tao y sexo: erotismo, salud y larga vida, Kier, Buenos Aires, 2005, p. 43.

lunes, 13 de junio de 2011

Como tú

Paco Ibáñez

Como tú
piedra pequeña, como tú
piedra ligera, como tú
Como tú
canto que ruedas, como tú
por las veredas, como tú

Como tú
guijarro humilde, como tú
de las carreteras, como tú

Como tú
piedra pequeña, como tú
como tú
guijarro humilde, como tú

Como tú
que en días de tormenta, como tú
te hundes en la tierra, como tú

Como tú
y luego centelleas, como tú
bajo los cascos, bajo las ruedas, como tú

Como tú
piedra pequeña, como tú
como tú
guijarro humilde, como tú

Como tú
que no sirves para ser ni piedra, como tú
ni piedra de una lonja, como tú
ni piedra de un palacio
ni piedra de una iglesia
ni piedra de una audiencia, como tú

Como tú
piedra aventurera, como tú
que tal vez estas hecha, como tú

Como tú
solo para una honda, como tú
piedra pequeña, como tú

Como tú
Lalarara lalarara

jueves, 26 de mayo de 2011

Rebotado

El color de mi piel es gris oscuro
y me encanta.
Me gustan también todos los colores del arco iris.

Pero a la gente no, a la gente no le gusta mi color.
Muchas veces he pensado que ni siquiera es gris oscuro
que "gris oscuro" es un concepto, un nombre,
pero que mi color es más incómodo para ellos que el gris oscuro.

El punto es que sé desde hace muchos años que a nadie le va a gustar.

Tal vez les agrade mi compañía o si bien resulta, mi forma de pensar,
tal vez no encontraron a nadie más agradable en ese momento,
pero cuando ven las cosas que hago,
es muy probable que prefieran voltear a otra parte.

Eso es una buena señal.
También lo he aprendido.
Si a nadie le gustas, significa que no estás tan hundido en la vulgaridad,
que tal vez tengas una propuesta nueva o en verdad diferente.

Por supuesto, no me cambiaría de color sólo para ser como alguien más,
porque sería un suicidio.

Sin embargo, no puede uno dejar de pensar a veces
que es un poco injusto recibir ese trato de rechazo,
y de querer impugnar.

En el fondo sé que eso casi siempre también será inútil.

lunes, 23 de mayo de 2011

Cuando veo a una pareja mirándose, besándose, tocándose con amor
(algo raro, por cierto),
me acuerdo de lo feliz que soy son ella.

Me alegro por nosotros: por ella y por mí, y por ellos dos,
y les deseo felicidad y largo amor inmortal.

Eso es lo mejor de la humanidad.

Eso debe pervivir y crecer,
en lugar de tanto miedo, odio, vanidad, ignorancia.

Basta de tanques, de miseria, de lujo.

Amor.
Palabra crucificada y vendida.

Amor.
Acción ignorada por muchos.

Amor.
Vida. Alegría. Rescate.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Fragmentos del Eclesiastés

A continuación unos fragmentos del libro del Eclesiastés, perteneciente a la Biblia. Este libro, como varios más de la Biblia, tiene influencia de la filosofía griega, en este caso posiblemente estoica y epicúrea.


1:4 Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece.

1:7 Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo.

1:10 ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido.
1:11 No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.

2:10 No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena.
2:11 Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol.
2:12 Después volví yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; porque ¿qué podrá hacer el hombre que venga después del rey? Nada, sino lo que ya ha sido hecho.
2:13 Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas.

2:24 No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios.

3:1 Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
3:2 Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
3:3 tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;
3:4 tiempo de llorar, y tiempo de reir; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;
3:5 tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;
3:6 tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;
3:7 tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
3:8 tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
3:9 ¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?
3:10 Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él.
3:11 Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.
3:12 Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida;
3:13 y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor.

4:6 Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu.
4:7 Yo me volví otra vez, y vi vanidad debajo del sol.
4:8 Está un hombre solo y sin sucesor, que no tiene hijo ni hermano; pero nunca cesa de trabajar, ni sus ojos se sacian de sus riquezas, ni se pregunta: ¿Para quién trabajo yo, y defraudo mi alma del bien? También esto es vanidad, y duro trabajo.
4:9 Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo.
4:10 Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.
4:11 También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo?
4:12 Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.
4:13 Mejor es el muchacho pobre y sabio, que el rey viejo y necio que no admite consejos;
4:14 porque de la cárcel salió para reinar, aunque en su reino nació pobre.
4:15 Vi a todos los que viven debajo del sol caminando con el muchacho sucesor, que estará en lugar de aquél.
4:16 No tenía fin la muchedumbre del pueblo que le seguía; sin embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos de él. Y esto es también vanidad y aflicción de espíritu.

5:5 Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.

7:9 No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios.

9:7 Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios.
9:8 En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza.
9:9 Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol.
9:10 Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.
9:11 Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos.
9:12 Porque el hombre tampoco conoce su tiempo; como los peces que son presos en la mala red, y como las aves que se enredan en lazo, así son enlazados los hijos de los hombres en el tiempo malo, cuando cae de repente sobre ellos.
9:13 También vi esta sabiduría debajo del sol, la cual me parece grande:
9:14 una pequeña ciudad, y pocos hombres en ella; y viene contra ella un gran rey, y la asedia y levanta contra ella grandes baluartes;
9:15 y se halla en ella un hombre pobre, sabio, el cual libra a la ciudad con su sabiduría; y nadie se acordaba de aquel hombre pobre.
9:16 Entonces dije yo: Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque la ciencia del pobre sea menospreciada, y no sean escuchadas sus palabras.
9:17 Las palabras del sabio escuchadas en quietud, son mejores que el clamor del señor entre los necios.
9:18 Mejor es la sabiduría que las armas de guerra; pero un pecador destruye mucho bien.

12:11 Las palabras de los sabios son como aguijones

lunes, 9 de mayo de 2011

Aceptar el dolor

En Occidente aceptar el dolor no es algo bien visto por lo general, ni en la mentalidad tradicional ni en la moderna. En la tradicional se confunde aceptar el dolor con ser resignado en la vida, lo que puede tener un valor positivo desde el punto de vista cristiano; en la mentalidad moderna, aceptar el dolor sencillamente es inadmisible, pues la vida pretende estar inserta siempre en el comfort. Sin embargo, aceptar el dolor cuando no se ha podido evitar resulta lo más adecuado. No es resignarse y ser sumiso, pues ya se hizo algo o todo para evitarlo, tampoco es evadirse con drogas diversas que en realidad no lo erradican. Aceptar el dolor cuando no se ha podido evitar es fortalecernos y saber que el dolor no es en realidad lo más terrible de la vida (hay cosas peores, como hacer algo que no se quiere, tener una vida indiferente para uno mismo o ser totalmente dependiente); se puede superar y se puede aprender del dolor. Esta enseñanza la han dejado varias filosofías orientales.

lunes, 2 de mayo de 2011

A nadie le gusta mucho lo que haces


Siguiendo la tradición de Michel de Montaigne, escribiré sobre mí mismo, como suelo hacer. Siendo muy pesimistas (como a veces soy), supongamos que a nadie le gusta, o a nadie le gusta mucho lo que uno hace. Lo ignoran o prefieren otras cosas y otras personas. No que eso suceda en todo o en lo más importante, pero sí quizá en algo. Puede surgir un sentimiento parecido a la envidia. No tanto que se envidie a otro por cómo es en sí, sino por la atención que recibe por x persona o personas. Si no surge la envidia, surge otra cosa igualmente nefasta, que es simplemente el enojo o la tristeza de no recibir la atención que uno consideraría necesaria. Por ejemplo este blog, que poquísima gente ha comentado jaja.
La otra cosa que podría suceder es que tal vez sí les guste, pero no reaccionan como nosotros creemos que deberían de reaccionar. Ahí el problema es querer adaptar la realidad a nuestra idea de lo que debe ser, y eso es ingenuo.
Aquí están presentes los 3 venenos del alma según los budistas: la ilusión, el ego y el enojo, como me decía mi amor el otro día.
La ilusión al darle importancia a algo que no debiera tenerla; el ego al querer llamar la atención; el enojo al no conseguirlo.
Dichas ideas y emociones deben entonces ser extinguidas si no se quiere sufrir más y aumentar los problemas.
Quizá no es fácil extinguirlas en el momento en que se presentan, pues por lo general son fuertes. Ayuda mucho el estar conscientes de ellas y de su maldad. Ayuda a evitar que crezcan, pero a veces no es suficiente para impedir del todo que surjan o para evitar que nos sintamos mal. Ayudaría no dejarlas hablar y tratar de ignorarlas, dejando que la emoción se vaya sola y recapacitar sobre eso en lugar de dejarse llevar.
Ayuda pensar en la soledad como algo positivo y en la indiferencia ajena como algo indiferente para uno. Esto tampoco es fácil, sobre todo cuando estamos hablando de la atención de un ser amado. Pero quizás hay que hacerlo en esos casos.
No sólo hay que hacer las cosas por convicción y gusto individuales, sino también sin mucha esperanza de que a alguien más le gusten.
Uno podría argumentar páginas sobre por qué lo nuestro es tan bueno o mejor que lo otro que les gusta, pero en el fondo es tonto, no porque no sea cierto, sino porque lo que mueve esa reflexión son los venenos.
Si nos gusta hacer algo, no deberíamos necesitar nada más para estar muy satisfechos. Deberíamos poder individualizar ese placer y no esperar que alguien más lo comparta (aunque pueda ser muy agradable que eso suceda), aunque seamos seres sociales.
Si tenemos en gran estima lo que hacemos y somos, no necesitamos que nadie lo reconozca, no debemos adoptar una postura lastimera ni tampoco una soberbia. A mí me gusta lo que hago, si a nadie le gusta o si le gusta a alguien más, a una persona en especial, a un grupo o a media humanidad, eso es en verdad secundario. No me interesa decir que lo que hago es mejor o peor que lo de otros, pues si pensara eso estaría compitiendo, además sobre algo absurdo y relativo, y le estaría dando importancia en el fondo al juicio de los demás, encubierto de la pseudo objetividad que determinaría qué es mejor. Es eso lo que debemos trabajar: la estima de lo que hacemos y somos, el andar alegre y despreocupado de esas nimiedades en las que nos han mal educado.

viernes, 29 de abril de 2011

Fragmentos de la Carta para Arias Montano

Los siguientes fragmentos de Francisco de Aldana (1537-1578) pertenecen al poema que le escribió a Benito Arias Montano (1527-1598), humanista, biblista y biólogo. No claudico de mi ateísmo a pesar de las referencias cristianas de este poema. Lo que para Aldana es Dios, para mí es la iluminación.

(...)

Pienso torcer de la común carrera
que sigue el vulgo y caminar derecho
jornada de mi patria verdadera;

entrarme en el secreto de mi pecho
y platicar en él mi interior hombre,
dó va, dó está, si vive, o qué se ha hecho.

Y porque vano error más no me asombre,
en algún alto y solitario nido
pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre

y, como si no hubiera acá nacido,
estarme allá, cual Eco, replicando
al dulce son de Dios, del alma oído.

(...)

En tierra o en árbol hoja algún bullicio
no hace que, al moverse, ella no encuentra
en nuevo y para Dios grato ejercicio;

y como el fuego saca y desencentra
oloroso licor por alquitara
del cuerpo de la rosa que en ella entra,

así destilará, de la gran cara
del mundo, inmaterial varia belleza
con el fuego de amor que la prepara;

y pasará de vuelo a tanta alteza
que, volviéndose a ver tan sublimada,
su misma olvidará naturaleza,

cuya capacidad ya dilatada
allá verná do casi ser le toca
en su primera causa transformada.

(...)

No tiene que buscar los resplandores
del sol quien de su luz anda cercado,
ni el rico abril pedir hierbas y flores;

pues no mejor el húmedo pescado
dentro del abismo está del oceano,
cubierto del humor grave y salado,

que el alma, alzada sobre el curso humano,
queda, sin ser curiosa o diligente,
el íntimo calor que en él se siente.

Digo que puesta el alma en su sosiego
espere a Dios, cual ojo que cayendo
se va sabrosamente al sueño ciego,

que al que trabaja por quedar durmiendo,
esa misma inquietud destrama el hilo
del sueño, que se da no le pidiendo.

Ella verá, con desusado estilo,
toda regarse, y regalarse junto,
de un salido de Dios sagrado Nilo;

recogida su luz toda en un punto,
aquella mirará de quien es ella
indignamente imagen y trasunto

y, cual de amor la matutina estrella
dentro del abismo del eterno día,
toda se cubrirá luciente y bella.

Como la hermosísima judía
que, llena de doncel, novicio espanto,
viendo Isaac que para sí venía,

dejó cubrir el rostro con el manto,
y descendida presto del camello
recoge humilde al novio casto y santo,

disponga el alma así con Dios hacello
y de su presunción descienda altiva,
cubierto el rostro y reclinado el cuello,

y aquella sacrtosanta virtud viva,
única, creadora y redentora,
con profunda humildad en sí reciba.

(...)

Un monte dicen que hay sublime y alto,
tanto que, al parecer, la excelsa cima
al cielo muestra dar glorioso asalto

y que el pastor, con su ganado, encima,
debajo de sus pies correr el trueno
ve dentro el nubiloso, helado clima,

y en el puro, vital aire sereno
va respirando allá, libre y exento,
casi nuevo lugar, del mundo ajeno,

sin que le impidael desmandado viento,
el trabado granizo, el suelto rayo,
ni el de la tierra grueso, húmedo aliento.

Todo es tranquilidad de fértil mayo,
purísima del sol templada lumbre,
de hielo o de calor sin triste ensayo

Pareces tú, Montano, a la gran cumbre
deste gran monte, pues vivir contigo
es muerte de la misma pesadumbre,

es un poner debajo a su enemigo:
de la soberbia el trueno estar mirando
cuál va descomponiendo al más amigo,

las nubes de la envidia descargando
ver, de murmuración duro granizo,
de vanagloria el viento andar soplando,

y de lujuria el rayo encontradizo,
de acidia el grueso aliento y de avaricia,
con lo demás que el padre antiguo hizo;

y desta turba vil que el mundo envicia
descargado, gozar cuanto ilustrare
el sol en ti de gloria y de justicia.

El alma que contigo se juntare
cierto reprimirá cualquier deseo
que contra el propio bien la vida encare

(...)

Quiero también, Montano, entre otras cosas,
no lejos descubrir de nuestro nido
el alto mar, con ondas bulliciosas:

dos elementos ver, uno movido
del aéreo desdén, otro fijado,
sobre su mismo peso establecido;

ver uno desigual, otro igualado,
de mi colores éste, aquél mostrando
el claro azul del cielo no nublado.

Bajaremos allá de cuando en cuando,
altas y ponderadas maravillas
en recíproco amor juntos tratando.

Verás por ls marítimas orillas
la espumosa resaca entre el arena
bruñir mil blancas conchas y lucillas,

en quien hiriendo el sol con luz serena,
echan como de sí nuevos resoles
do el rayo visual su curso enfrena.

Verás mil retorcidas caracoles,
mil bucios istrïados, con señales
y pintas de lustrosos arreboles:

los unos del color de los corales,
los otros de la luz que el sol represa
en los pintados arcos celestiales,

de varia operación, de varia empresa,
despidiendo de sí como centellas,
en rica mezcla de oro y de turquesa.

Cualquiera especie producir de aquéllas
verás (lo que en la tierra no acontece)
pequeñas en extremo y grandes dellas,

donde el secreto, artificioso pece
pegado está, y en otros despegarse
suele y al mar salir, si le parece,

(por cierto, cosa dina de admirarse
tan menudo animal sin niervo y hueso
encima tan gran máquina arrastrarse,

crïar el agua un cuerpo tan espeso
como la concha, casi fuerte muro
reparador de todo caso avieso,

todo de fuera peñascoso y duro,
liso de dentro, que al salir injuria
no haga a su señor tratable y puro),

el nácar, el almeja y la purpuria
venera, con matices luminosos
que acá y allá del mar siguen la furia.

¡Ver los marinos riscos cavernosos
por alto y bajo en varia forma abiertos,
do encuentran mil embates espumosos;

los peces acudir por sus inciertos
caminos con agalla purpurina,
de escamoso cristal todos cubiertos!

También verás correr por la marina,
con sus airosas tocas, sesga y presta,
la nave, a lejos climas peregrina.

Verás encaramar la comba cresta
del líquido elemento a los extremos
de la helada región, al fuego opuesta;

los salados abismos miraremos
entre dos sierras de agua abrir cañada,
que de temor Carón suelta sus remos.

jueves, 28 de abril de 2011

Crítica a la poligamia y también al matrimonio

En varias ocasiones he expuesto mis ideas sobre estos temas (aunque también es cierto que han cambiado), por lo que esta vez lo haré de manera breve.

Crítica al matrimonio

El problema no es que dos sujetos decidan ser monógamos, sino que sean presionados para eso, y reciban la "bendición" de la iglesia, el Estado y la sociedad. También lo es que prometan algo que quién sabe si cumplirán, porque además el amor no se promete, es absurdo. El amor implica compromiso, con uno y con el otro, pero compromiso no es lo mismo que promesa. Además de esto, el matrimonio, en buena medida por todo lo dicho, suele convertirse en algo en mayor o menor medida empobrecedor de los sujetos, que se sienten encadenados por múltiples cosas.


Crítica a la poligamia

Algunos han dicho que la poligamia es natural en el ser humano, otros lo han dicho de la monogamia, aunque últimamente ha cobrado más fuerza la primera idea. Lo cierto es que puede haber muchas cosas "naturales" que no por eso se deben seguir, pues por eso tenemos voluntad (aunque tampoco estoy diciendo que se deba artificializar todo). Los instintos son naturales, pero eso no significa que debamos seguirlos siempre, pues sería contraproducente en varios casos. ¿Qué pasa con la homosexualidad, por ejemplo, que los conservadores siempre han llamado "antinatural"? ¿Todos debemos ser heterosexuales para no contravenir la naturaleza? El argumento de la naturaleza no es natural..., y por otro lado, no es tampoco necesariamente libertario ni ecologista.
Michel Onfray y varios critican al matrimonio por razones como las arriba expuestas. El filósofo francés dice que es imposible ser monógamo siempre, que tarde o temprano todos dejaremos de serlo, o de otro modo la monogamia sería una cárcel, sería represión. Antes me parecía muy convincente, pero ahora creo que no toda la monogamia es como Onfray la pinta. Él, como muchos, es producto de una sociedad cristiana decadente y a la vez del 68 que luchaba por la liberación de todo... Pero creo que si pudiéramos pensar y vivir la monogamia de otra manera, lejos de la norma social y cristiana, podríamos juzgarla de manera más racional, menos impulsiva y más justa. No se trata de prohibir la poligamia. Entre adultos no se pueden prohibir esas cosas unos a otros, y si se intenta trae pésimos resultados.
Es una falacia que la monogamia es amor, pero es igualmente una falacia que la polgamia es libertad. Quizá poligamia y monogamia son dos caras de la misma moneda. La pregunta es, ¿el amor lleva a la monogamia cuando está en cierto grado de intensidad o de profundiad, sinceridad y valor?
Se dice que se debe ser valiente para ser polígamo, ¿pero no se debe ser valiente también, quizás aún más, para ser monógamo en una sociedad de consumo y desecho como la nuestra? Valiente para rechazar, valiente para llegar a cimas poco exploradas por el común de las personas, para decantar la carne y el espíritu.

martes, 26 de abril de 2011

Haikus de estudiantes 2

Amor profundo
como agua de río
llena los mares.

Jocelin García M.



Olas que retumban
sobre lo oscuro
de un coral

Diego Yobany Amaya Valencia



La princesa feliz
pensando eso
príncipe amoroso

Josué Eduardo De los Santos Cruz



Tu sonrisa es asombrosa
se parece a una rosa

Lissete Jazmín Padilla García



Con las hermosas aletas
nada contento el pez
dentro de la larga laguna

Fanny Huertas



El dragón sopla
el gran fuego
de la vida.

Gerardo Carmona



En un puente peatonal
pensando qué hice mal
cuando otro fue el animal.

Yatzareth Romero Olmos



El perro en la banqueta
orinando el poste.

Gerardo Torres Pineda



La lagartija
en la pared
haciendo lagartijas.

José Antonio Madrigal Zumano



En mis suspiros un latido
en mi latido un sufrir.

Melissa Madrigal Rodríguez



Las tortugas en la arena
haciendo carreras.

Maricruz Gómez Ortuño

Algunos capítulos de Así hablaba Zaratustra

Federico Nietzsche

De las tres transformaciones

Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.
Hay muchas cosas pesadas para el espíritu, para el espíritu fuerte, de carga, en el que habita la veneración: su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas.
¿Qué es pesado?, así pregunta el espíritu de carga, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que lo carguen bien. ¿Qué es lo más pesado, héroes?, así pregunta el espíritu de carga, para que yo cargue con ello y mi fortaleza se regocije. ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría?
¿O acaso es: apartarnos de nuestra causa cuando ella celebra su victoria? ¿Subir a altas montañas para tentar al tentador?
¿O acaso es: alimentarse de las bellotas y de la hierba del conocimiento y sufrir hambre en el alma por amor a la verdad? ¿O acaso es: estar enfermo y enviar a paseo a los consoladores, y hacer amistad con sordos, que nunca oyen lo que tú quieres?
¿O acaso es: sumergirse en agua sucia cuando ella es el agua de la verdad, y no apartar de sí las frías ranas y los calientes sapos?
¿O acaso es: amar a quienes nos desprecian y tender la mano al fantasma cuando quiere causarnos miedo?
Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu de carga: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto.
Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor en su propio desierto.
Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria.
¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios?
«Tú debes» se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice «yo quiero».
«Tú debes» le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente «¡Tú debes!».
Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: «todos los valores de las cosas - brillan en mí».
«Todos los valores han sido ya creados, y yo soy - todos los valores creados. ¡En verdad, no debe seguir habiendo ningún “Yo quiero!”» Así habla el dragón.
Hermanos míos, ¿para qué se precisa que haya el león en el espíritu? ¿Por qué no basta la bestia de carga, que renuncia a todo y es respetuosa?
Crear valores nuevos - tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear - eso sí es capaz de hacerlo el poder del león.
Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león.
Tomarse el derecho de nuevos valores - ése es el tomar más horrible para un espíritu de carga y respetuoso. En verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de rapiña.
En otro tiempo el espíritu amó el «Tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.
Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?
Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.
Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.


Del amor al prójimo
Vosotros os apretujáis alrededor del prójimo y tenéis hermosas palabras para expresar ese vuestro apretujaros. Pero yo os digo: vuestro amor al prójimo es vuestro mal amor a vosotros mismos.
Cuando huis hacia el prójimo huís de vosotros mismos, y quisierais hacer de eso una virtud: pero yo conozco vuestro «desinterés».
El tú es más antiguo que el yo; el tú ha sido santificado, pero el yo, todavía no: por eso corre el hombre hacia el prójimo.
¿Os aconsejo yo el amor al prójimo? ¡Prefiero aconsejaros la huida del prójimo y el amor al lejano!
Más elevado que el amor al prójimo es el amor al lejano y al venidero; más elevado que el amor a los hombres es el amor a las cosas y a los fantasmas.
Ese fantasma que corre delante de ti, hermano mío, es más bello que tú; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos ? Pero tú tienes miedo y corres hacia tu prójimo.
No conseguís soportaros a vosotros mismos y no os amáis bastante: por eso queréis seducir al prójimo a que ame, y doraros a vosotros con su error.
Yo quisiera que no soportaseis a ninguna clase de prójimo ni a sus vecinos; así tendríais que crear, sacándolo de vosotros mismos, vuestro amigo y su corazón exuberante.
Invitáis a un testigo cuando queréis hablar bien de vosotros mismos; y una vez que lo habéis seducido a pensar bien de vosotros, también vosotros mismos pensáis bien de vosotros.
No miente tan sólo aquel que habla en contra de lo que sabe, sino ante todo aquel que habla en contra de lo que no sabe. Y así es como vosotros habláis de vosotros en sociedad, y, al mentiros a vosotros, mentís al vecino.
Así habla el necio: «el trato con hombres estropea el carácter, especialmente si no se tiene ninguno».
El uno va al prójimo porque se busca a sí mismo, y el otro, porque quisiera perderse.
Vuestro mal amor a vosotros mismos es lo que os trueca la soledad en prisión.
Los más lejanos son los que pagan vuestro amor al prójimo; y en cuanto os juntáis cinco, siempre tiene que morir un sexto.
Yo no amo tampoco vuestras fiestas: demasiados comediantes he encontrado siempre en ellas, y también los espectadores se comportaban a menudo como comediantes.
Yo no os enseño el prójimo, sino el amigo. Sea el amigo para vosotros la fiesta de la tierra y un presentimiento del superhombre.
Yo os enseño el amigo y su corazón rebosante. Pero hay que saber ser una esponja si se quiere ser amado por corazones rebosantes.
Yo os enseño el amigo en el que el mundo se encuentra ya acabado, como una copa del bien, - el amigo creador, que siempre tiene un mundo acabado que regalar.
Y así como el mundo se desplegó para él, así volverá a plegársele en anillos, como el devenir del bien por el mal, como el devenir de las finalidades surgiendo del azar.
El futuro y lo lejano sean para ti la causa de tu hoy: en tu amigo debes amar al superhombre como causa de ti.
Hermanos míos, yo no os aconsejo el amor al prójimo: yo os aconsejo el amor al lejano.
Así habló Zaratustra.

lunes, 25 de abril de 2011

Algunos capítulos del Tao Te King

Lao-Tse


XLVI
Cuando el Tao reina en el mundo, los mejores caballos sirven para acarrear estiércol.
Cuando el Tao se ha perdido en el mundo, los caballos de la guerra se crían hasta en los arrabales.
No hay mayor error que el tener muchos deseos.
No hay mayor desgracia que el ser insaciable.
No hay mayor defecto que las ansias de poseer.
Por eso quien se basta con lo que tiene, tendrá siempre bastante.

XLVII
Se puede conocer el mundo sin salir por la puerta.
Sin mirar por la ventana se puede conocer el Camino del Cielo.
Cuanto más lejos se va, menos se aprende.
Por eso el sabio, para conocerlo todo, no necesita viajar.
Nombra las cosas sin mirarlas.
No actúa, y sin embargo, se realiza.

LXX
Mis palabras son fáciles de entender y fáciles de llevarlas a la práctica.
Pero nadie en el mundo entero las entiende, ni nadie las lleva a la práctica.
Mis palabras tienen un ancestro y mis acciones, un maestro.
Y precisamente porque nadie los conoce, nadie me comprende.
Pocos son los que me comprenden y esto es lo que hace mi gloria.
Por eso el sabio se viste con pobres ropajes y guarda en su pecho una joya.

sábado, 23 de abril de 2011

Diálogo restringido

"Sócrates prefería ser considerado contundente y exquisito que preferir que sus compatriotas siguieran viviendo sin pensar."

Alain de Botton


Eso le costó la vida...

Y la gente sigue sin pensar.

El diálogo es una de las mejores formas de convivir y de mejorar las cosas, como observan, entre otros, Paulo Freire. El problema es que con mucha gente sólo se puede dialogar hasta cierto grado (hablar, por ejemplo del futbol o el clima), y eso si bien te va...

viernes, 22 de abril de 2011

Los 3 venenos

Tres son los venenos del alma humana: egoísmo, ilusión y enojo.

Boddhidharma

Sabiduría y memoria

"Diógenes se inspiró (para escribir frases en muros) en una tesis epicúrea muy importante: la de que, para vivir con sabiduría, no basta leer un argumento filosófico una o dos veces. Necesitamos recordarlo constantemente, o lo olvidaremos. (...) Tenemos que combatir la influencia de la publicidad, creando anuncios que nos recuerden lo que en verdad necesitamos."

Alain de Botton

jueves, 21 de abril de 2011

Schopenhauer contra Fromm sobre el amor

Alain de Botton explica en un video (http://www.youtube.com/watch?v=SwdNeeJJ-S0&NR=1) la idea de Arthur Schopenhauer sobre el amor: un impulso biológico perecedero (idea predarwiniana y prefreudiana). Afirma que el amor no tiene nada qué ver con la felicidad, aunque pueda traer muy buenos momentos.
Por su parte, Erich Fromm dice que el ser humano tiene efectivamente ese impulso animal, pero el amor es otra cosa. El sexo alimenta al amor, pero llega un momento en que el amor alimenta al sexo. El amor (en todas sus formas) es lo que da sentido a la existencia humana para este autor y está muy relacionado con la felicidad.
Así pues, ambos filósofos afirman ideas prácticamente opuestas. Schopenhauer invita a olvidarnos del amor, pues es una mentira (recordemos su pesimismo), es sólo un impulso biológico socializado y mitificado. De hecho también invita a rechazar el sexo (aunque eso no lo menciona Botton) porque al generar deseo, genera sufrimiento. Fromm, en cambio, invita a ver al amor como el centro de la existencia, especificando que es un arte que requiere esfuerzo pero lleva a la plenitud, de la cual el sexo es una faceta exquisita pero no su finalidad.
Me quedo con Fromm. Sin duda tenemos un origen evolutivo animal y un cuerpo, fundamental. Pero la mente es tan poderosa que puede incidir en el cuerpo mismo, y generar o dejar de generar sensaciones y posibilidades que a cualquier otra especie le resultarían imposibles. Podemos llegar a cimas o simas que serían imposibles si únicamente siguiéramos los dictados de la especie (aunque muchos hagan eso).
¿Qué piensa el lector?

Nietzsche y el sufimiento

Excelente video con Alain de Botton sobre el pensamiento de Nietzsche. Esta es la primera parte de 3. Las demás se encuentran también en YouTube.

http://www.youtube.com/watch?v=bOxV3RnCrYI&feature=related

miércoles, 20 de abril de 2011

El mal actor de sus emociones

Julio Torri


Y llegó a la montaña donde moraba el anciano. Sus pies estaban ensangrentados de los guijarros del camino, y empeñado el fulgor de sus ojos por el desaliento y el cansancio.

-Señor, siete años ha que vine a pedirte consejo. Los varones de los más remotos países alababan tu santidad y tu sabiduría. Lleno de fe escuché tus palabras: “Oye tu propio corazón, y el amor que tengas a tus hermanos no lo celes”. Y desde entonces no encubría mis pasiones a los hombres. Mi corazón fue para ellos como guija en agua clara. Mas la gracia de Dios no descendió sobre mi. Las muestras de amor que hice a mis hermanos las tuvieron por fingimiento. Y he aquí que la soledad obscureció mi camino.

El ermitaño le besó tres veces en la frente; una leve sonrisa alumbró su semblante, y dijo:
-Encubre a tus hermanos el amor que les tengas y disimula tus pasiones entre los hombres, porque eres, hijo mío, un mal actor de tus emociones.

martes, 5 de abril de 2011

Haikus metaleros

I

La gente quiere cosas dulces
aunque sean falsas o empalagosas,
son niños pervertidos.


II

El metal es contundente,
un mazazo, volar rápido,
eso a muchos no les gusta.
En el corazón de la Tierra hay vientos de metal.


Abraham Sánchez Guevara

viernes, 1 de abril de 2011

Haikus de estudiantes

Aquí publico algunos haikus de estudiantes míos. Juzguen ustedes :D



La avestruz enojona
busca comida
para sus críos.


Virginia Castro Padilla





La iguana
pensativa
sobre la carretera.


Julio César Becerril González





Se desvanece el sol
sobre el canto
de un gorrión.


Diego Yobany Amaya Valencia





Tu sonrisa
dulce como la miel
me hace feliz.


Natali Zacarías Salvador





¡Ay amigo,
que entre las personas
te apendejas!


Víctor Manuel Peña Marcelino





Mi celular vibrando
El niño que me gusta me está llamando
Yo en clase, elaborando un haiku.


Yatzareth Romero Olmos





Estaba en el paraíso
sentado, esperando
a mi hermoso perro.


Edwin Valdivia Mendoza





Con sus orejas mojadas
el burro siente la lluvia.


Fernando Velázquez