lunes, 28 de febrero de 2011

Las pantallas por doquier
impiden ver el aire.
Los sonidos por doquier
impiden escuchar el silencio.
¿Qué es lo que más vemos, entonces?
Logotipos, pantallas, teléfonos, automóviles, poses,
cuerpos diseñados por publicistas,
relojes, tenis, armas,
ropa de moda, palabras mentirosas,
animales y naturaleza con cirugía plástica,
arreglos de pelo, paisajes y edificios históricos vueltos escenografía,
maneras de caminar, hablar, gozar, sufrir.
Ese es nuestro saber, nuestra cultura,
lo que odiamos y deseamos,
muchas veces,
nuestro cielo e infierno.
Así de ridículo.
La solemnidad es otra cosa en la lista.

Pero sin todo eso hay tanta maravilla…

viernes, 11 de febrero de 2011

Universidad y represión ideológica

Conciliar de manera duradera estudios universitarios eruditos y compromiso político apunta al desafío. Para aplazar la hora de la elección, todo incitará al estudiante que milita a poner todo su compromiso no entre paréntesis pero sí entre comillas: se analiza las movilizaciones, se desfila como estudiante en las marchas. A la hora de redactar su tesina, es necesario que el estudiante se distancie de sus convicciones, convertidas en objetos de estudio. Mostrarse menos comprometido para parecer «más objetivo», más moderado para parecer «más sutil», ya que en este caso «radicalista» rima con «simplista».

Pierre Rimbert

jueves, 10 de febrero de 2011

Escritura serena

"La antigua enseñanza ética contenía los consejos siguientes:
¿Estás disgustado? Entonces no digas nada malo: compón en seguida un poema.
¿Tu persona querida ha muerto? No te abandones a una desesperación estéril; trata de calmar tu espíritu componiendo un poema.
¿Estás preocupado porque te hallas a punto de morir dejando tantas cosas inacabadas? Entonces sé valeroso, y compón un poema sobre la muerte.
Cualquiera que sea la injusticia o la desgracia que te turbe, renuncia cuanto antes a tu resentimiento o a tu pena y escribe, como ejercicio moral, algunas líneas de versos sobrias y elegantes."
Lafcadio Hearn, Au Japon Spectral.

Claro, hay veces en que sí hay que decirle a la gente que no se pase, e incluso tomar medidas drásticas. La escritura no debe reprimir las acciones necesarias, sino evitar confundirlas con meros arrebatos.

martes, 1 de febrero de 2011

El jugador

Eduardo Galeano


Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo esperan los cielos de la gloria; al otro, los abismos de la ruina.
El barrio lo envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le pagan por divertirse, se sacó la lotería. Y aunque tenga que sudar como una regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en la tele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren imitarlo.
Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar.
Los empresarios lo compran, lo venden, lo prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y más dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está. Sometido a disciplina militar, sufre cada día el castigo de los entrenamientos feroces y se somete a los bombardeos de analgésicos y las infiltraciones de cortisona que olvidan el dolor y mienten la salud. Y en las vísperas de los partidos importantes, lo encierran en un campo de concentración donde cumple trabajos forzados, come comidas bobas, se emborracha con agua y duerme solo.
En los otros oficios humanos, el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de fútbol puede ser viejo a los treinta años. Los músculos se cansan temprano: -Éste no hace un gol ni con la cancha en bajada.
-¿Éste? Ni aunque le aten las manos al arquero.
O antes de los treinta, si un pelotazo lo desmaya de mala manera, o la mala suerte le revienta un músculo, o una patada le rompe un hueso de esos que no tienen arreglo. Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo.