jueves, 14 de junio de 2012

Breve reseña de Política del rebelde de Michel Onfray

Con el pensamiento integral característico que conjunta ética, estética y política, Michel Onfray presenta este Tratado de resistencia e insumisión. Describe la realidad social como el infierno de Dante, aunque dividido en menos círculos: condenados, réprobos y explotados, donde prácticamente todos los habitantes del planeta ocupamos un lugar, con la alta posibilidad de cambiar de círculo e incluso conocer los tres, por lo general hacia lo más profundo.

Esta cartografía infernal, ya en sí subversiva por eludir ilusiones capitalistas de supuesta libertad y privilegios (adquiridos o prometidos) de ciertos sectores, por ver la realidad como es en términos sociales y contra la amnesia dominante, antecede a sus propuestas, de las cuales distingo las siguientes.

1) El individuo como ser irreductible, que remite a un cuerpo y es capaz de ejercer una política subversiva, no enajenada por rechazar ser Hombre (con sus implicaciones eurocéntrica, adulta y masculina excluyentes), sujeto (que está sujeto a determinadas leyes y que puede actuar sólo en esos límites impuestos u "otorgados") y persona (máscara del individuo). El individuo es lo que las ideologías quieren controlar, son los que se organizan para rebelarse, por interés suyo y de otros, más allá de conceptos gregaristas negadores de individuos en aras de una mayoría abstracta o de un rebaño manipulable, como pueblo, raza, etc.

2) El individuo rebelde pratica la política hedonista porque no acepta ser privado del goce de vivir, hacer gozar, descansar, convivir, estar solo, pensar por cuenta propia, crear, etcétera. Dado que el capitalismo y otros sistemas de dominación imponen la ascesis y el sufrimiento por la fuerza y a través de propaganda (que opera en todos los lugares, en el trabajo, la escuela, la familia y la iglesia) para considerarlos estados virtuosos, el rebelde lucha de varias formas para acabar o disminuir este sufrimiento completamente innecesario.

Como hedonista, no está desencantado del mundo. Conoce el infierno, pero posee su jardín y sabe que puede hacerlo prosperar.

3) El individuo, por supuesto, se organiza con otros individuos para la lucha, pues sabe que es una experiencia vital y que muchas veces si actuara solo, sería derrotado rápidamente por la bestia del sistema. El rebelde puede verse obligado a trabajar, pero no colabora con el sistema cuando no es necesario para él, cuando sólo contribuiría al fortalecimiento de la dominación. Se mantiene en la izquierda, evadiendo izquierdas ilusorias y burguesas que sí colaboran y pactan con los explotadores (también eso ocurre con la caridad de alguna manera). No se deja engañar por promesas mezquinas de ascensos y puestos de dominación para ser criados más cercanos de tiranos. Y, aunque cuida su integridad, tampoco se deja amedrentar por figuras solemnes (en realidad ridículas) de autoridad, infiernos ficticios o por no poder acceder a los premios de las mascotas obedientes.

Al final habla de algunas formas de rebelión organizada, como el sindicalismo revolucionario, la huelga, el ludismo, el obstruccionismo, el boicot o el sabotaje.

4) El poder no se concentra en el soberano, el capitalista o sus funcionarios. Está diseminado, en un campo energizado. Por eso ejerce el fascismo como lo conocemos, pero también los microfascismos en todos los espacios y relaciones que puede. Por eso las fuerzas rebeldes no pueden esperar a tomar el gobierno del Estado o los medios capitalistas, aunque sin duda es deseable, siempre y cuando no se reestablezca una élite. Los rebeldes toman el poder, su poder, en toda oportunidad, socavan el funcionamiento del sistema y organizan pequeñas, medianas o grandes rebeliones.

5) Aunque ateo, Onfray describe una "mística de izquierda" (de hecho la mística ha sido marginada por las religiones oficiales, como pasó con Juan de la Cruz), que está en consonancia con la importancia vital de la ética y la estética. Invita a una estética generalizada, a una escultura de sí mismo, a hacer de la vida una obra de arte. La política, por supuesto, se mezcla en esta dinámica porque, de no hacerlo, concibe estos campos como separados, genera contradicciones y debilita a los individuos, volviéndolos sólo instrumentos eficaces. "La mística [dice] conviene a las ideas que, según el principio nietzscheano, habitan las cimas, donde el aire es frío, vivo y cortante, donde no se temen las virtudes del viento de invierno, el rigor y la rareza, es decir, los valores que importan." (p. 125) Lo humorístico que caracteriza al cinismo filosófico y a la crítica no niega lo sublime de un pensamiento que aspira a esas cumbres, de un esfuerzo que valga la pena.

6) Invita a los rebeldes del nuevo siglo a retomar al Mayo del 68, que tomó las calles y las universidades, que buscaba la democratización y la solidaridad de estudiantes con trabajadores y que fue reprimido, sancionado o trivializado por el sistema. De esa represión (que en México se padeció mucho más a pesar de haber sido menos radical el movimiento) e intento de desacreditación a partir de los errores y las mentiras, se reforzó el conservadurismo, y de esa trivialización, se gestó el pensamiento único, débil y banal de la sociedad de consumo que hoy impera pregonando un falso hedonismo de la insatisfacción. Contra esto y el colaboracionismo de "intelectuales" defensores del sistema, la continuación de la organización del 68. En México, a mi parecer, lo mismo que en otras partes del mundo, por fin esto está sucediendo, y con mayor fuerza a pesar de las "profecías" derrotistas del neoliberalismo.

Retoma las vidas e ideas de Blanqui, Nietzsche, Diógenes, Proudhon, Antelme, Foucault, Deleuze, Pelloutier, Bourdieu y Marx, entre otros, aunque criticando mucho a este último.



martes, 12 de junio de 2012

Fragmentos de "Campo intelectual y proyecto creador" de Bourdieu

Ya sea que se trate de las clases altas, que sancionan por su rango social el rango de las obras que consumen en la jerarquía de obras legítimas, ya se trate de instituciones específicas, como el sistema escolar y las academias, que consagran por su autoridad y su enseñanza un género de obras y un tipo de hombre cultivado, ya se trate incluso de grupos literarios o artísticos como los cenáculos, círculos (los críticos, “salones” o “cafés”, a los cuales se reconoce un papel de guías culturales o de taste-markers), existe casi siempre, hasta cierto punto, en toda sociedad, una pluralidad de potencias sociales, a veces concurrentes, a veces concertadas, las cuales, en virtud de su poder político o económico o de las garantías institucionales de que disponen, están en condiciones de imponer sus normas culturales a una fracción más o menos amplia del campo intelectual, y que reivindican, ipso facto, una legitimidad cultural, sea por los productos culturales fabricados por los demás, sea por las obras y las actitudes culturales que trasmiten.
(...)
Los conservadores de la cultura, responsables de la prédica cultural y de la organización del aprendizaje capaz de producir la devoción cultural, se oponen a los creadores de cultura, auctores capaces de imponer su auctoritas en materia artística o científica (como otros lo hacen en materia ética, religiosa o política), de la misma manera que la permanencia y la omnipresencia de la institución legítima y organizada se oponen a la fulguración única, discontinua y puntual de una creación que en sí misma tiene todo su principio de legitimación.

Pierre Bourdieu