lunes, 27 de abril de 2009

Influenza y otras cosas a "curar"

El siguiente video ilustra muy bien, entre otras cosas, la situación actual del virus de la "influenza" que, gracias a los medios de comunicación y el gobierno, tiene aterrorizado a medio planeta ya. Ahora, el virus es una realidad, producto de la negligencia de los capitalistas porcinos jaja, y de las mismas mutaciones. Un problema que en realidad no se está controlando. No podemos decir que es puro complot gubernamental, pero tampoco que es puro fenómeno biomédico. Como siempre, entran en juego muchos factores.

sábado, 11 de abril de 2009

Tema tabú: la religión

Qué raro que a la gente no le guste hablar de religión a menos que sea fanática. Tienen un pudor muy especial. Tienen miedo a la confrontación, sin duda. Pero también a pensar.

Semana santa

Es semana santa. Celebro que Cristo haya muerto en mí. Celebro mi resurrección a la vida terrenal, que es la única. Bebo vino y como pan, pero es sólo vino y sólo pan. Eso es lo más sabroso. Sólo vino. Sólo pan.

Sobre Cinismos de Onfray

Cinismos es, como otros textos de Onfray, uno de los libros que se necesitan escribir y leer. Hacen falta libros así: sinceros, sin pretensiones, directos, que hablen de la vida y no de ilusiones. Explica la filosofía cínica, tan antigua y tan vigente en la actualidad como la platónica, que ha sido utilizada por los poderosos para la manipulación, es decir, para disminuir el pensamiento libre y crítico que, de hecho, es la auténtica filosofía. En el “Apéndice. Fragmentos del cinismo vulgar", enlista a los principales representantes de los "cínicos", de los descarados que detentan el poder de manera brutal. Iglesia, Estado, ejército, e incluso revolucionarios. Sobre este último punto me interesa detenerme. Onfray ataca la violencia revolucionaria y critica a dos de sus principales figuras morales: Lenin y Trotski. Después de hablar de Hitler… De Trotski la cita sin duda más brutal es esta: “La revolución no se concibe sin violencia ejercida sobre terceros y, teniendo en cuenta la técnica moderna, sin las muertes de ancianos y niños.” La crítica a la violencia revolucionaria es ciertamente un asunto complicado y polémico.
Sin duda, una revolución implica violencia previa. Se plantea como violencia contra los opresores, contra la clase dominante. Es una violencia defensiva a la que ejercen los burgueses a través principalmente de la explotación de los trabajadores. Su objetivo es transformar todo el sistema, empezando por la estructura económica, que mantiene y genera las superestructuras ideológicas. Y obviamente, los capitalistas no permitirán esto, y esta transformación radical no se puede hacer “democráticamente”, es decir, con candidatos de partidos burgueses que ofrezcan migajas al pueblo (esto sirve como reflexión sobre los gobiernos de “izquierda” en América Latina y en el mundo capitalista actual). La única alternativa parece ser, en efecto, la violencia. Pero contra ancianos y niños… Es aquí cuando la moral burguesa y cristiana, como observa Trotski, sale a flote. Existen dictadores y genocidas ancianos cuyos crímenes se han mantenido impunes. Por otro lado, la experiencia soviética que en un principio indudablemente hizo temblar a los capitalistas y empezó a cambiar realmente la vida de mucha gente, pronto fue corrompida. La contrarrevolución empezó a actuar el mismo día que triunfó la revolución, algo nada sorprendente, hasta que llevó a la muerte del comunismo burocratizado. Por no hablar de otros movimientos que en realidad no fueron ni siquiera revoluciones y no trajeron cambios suficientemente favorables, como la mexicana. La revolución debe ser internacional. Y evidentemente, si eso pasa, aún falta tiempo a mi parecer. ¿Qué esperanza se puede depositar en el género humano? ¿Vale la pena derramar tanta sangre (porque, eso es lo peor, la sangre que se derrama es del pueblo, pocas veces de burgueses)?
Es cierto que los revolucionarios y quienes los apoyan tienen esperanzas, aunque sea pocas. Quizá no una esperanza pasiva pero sí creen que después de la verdadera revolución las cosas cambiarán radicalmente. Onfray cree que no. Es abiertamente contrarrevolucionario. Desde luego, como cínico, aborrece el orden burgués de miseria y frivolidad. Pero no tiene ninguna esperanza en los seres humanos. Está convencido de que el poder corrompe y, como Antístenes, cree que uno debe tener con la política una distancia semejante a la que se tiene con el fuego: ni tan lejos que uno se congele, ni tan cerca que uno se queme. Es bastante individualista (lo cual no es necesariamente burgués), desconfía con razón de todo proyecto colectivo, donde se erigen sacerdotes que dictan reglas y persiguen disidencias y, siempre en nombre del bien común, se somete a la mayoría y se le inflama de fervor patrio o sectario. ¿Pero de qué otra manera puede hacerse una revolución o un cambio que no sea de manera colectiva? Onfray ya se hizo a la idea, ya se resignó, a que la sociedad siempre va a ser nefasta o al menos mediocre. No es algo natural, para nada, pero la dominación está demasiado arraigada en todas las culturas. ¿Cómo confiar, sobre todo en este momento histórico, en que la sociedad será diferente? Onfray cree en la lucha, es inevitable si se tiene dignidad y necesidad. Pero no cree en la esperanza. Se niega a narrar un futuro luminoso para una humanidad que está en la penumbra, se niega al bovarismo, a tener ilusiones y a que la vida presente se deposite en ellas. Si algo puede uno hacer, más que soñar y trabajar para “alcanzar ese sueño” (frase que en efecto suena burguesa), es liberarse lo más que se pueda ahora, en el presente, y desestabilizar lo más que se pueda el orden impuesto.