sábado, 16 de noviembre de 2013

Haikus varios

Aire de invierno gris
Veo tus ojos
Sonrío con el calor


*


Baño de luz en la noche
Camino de aventura
Estar contigo


*


Todo es inseguro
Pero te amo
Y soy muy feliz


*


Tu pie se balancea
Lo quisiera besar


*


Ahora es primavera
Siento la luz del sol
Como en mi infancia


*


Haikus metaleros

I

La gente quiere cosas dulces
aunque sean falsas o empalagosas,
son niños pervertidos.


II

El metal es contundente,
un mazazo, volar rápido,
eso a muchos no les gusta.
En el corazón de la Tierra hay vientos de metal.


*


En la tarde gris de viento fuerte
la llama de nuestro amor arde con brío.


*


Un trazo de fuego en el cielo azul
y los árboles oscurecen.


*


No pude evitar mojarme
por la suave lluvia
Disfruto sus besos


*


Sor Juana

Faetón femenino
radiante renaces
cual ángel caído.


*


Oyendo heavy metal
Del tubo del rápido metrobús
El viento en mi rostro


*


Virginia, mi madre,
Es una niña sonriente
A la que quiero imitar


*


Se mueven las plantas
por el viento.
Niños de pelo alborotado.



Algunos de estos haikus se publicaron, algunos en versiones anteriores, aquí:
http://cuadrivio.net/2011/12/el-haiku-hispanoamericano-entre-la-iluminacion-y-la-banalidad/


Abraham Sánchez Guevara

Tres poemas visuales

sábado, 9 de noviembre de 2013

Cerezo y águila

En el interior de la oscura tierra germinó la semilla, tierna. Brotó lo que sería una rama verde brillante. Con el paso de los días y los años el cerezo deleitaba con su aroma, su belleza y su sombra.

Un águila joven se posó en el árbol una tarde. Le gustó tanto ese lugar que permaneció ahí muchos días. A pesar de no ser una cueva, por alguna extraña razón lo protegía del frío. El ave volaba, a veces cerca y a veces lejos, pero siempre regresaba al cerezo porque era su mejor compañero. El bello árbol también disfrutaba de que el águila se posara en sus ramas e incluso comiera de sus ricos frutos. Apenas sentían la cercanía del otro, uno aceleraba el vuelo y gritaba y el otro movía sus ramas como agitadas por el viento del aleteo, aún más que si fueran de la misma especie.

En otra leyenda, el Maestro Almendro dibujó con su uña un barco en la piel de la esclava que era el espíritu encarnado, para que pudiera escapar de toda cárcel. En esta historia el cerezo y el águila se marcaron, uno con las garras en las ramas, el otro con una tintura en la piel del pájaro, signos cuya descripción aquí sería inútil y cuyo significado es inefable.

El águila vuela grandes distancias, intentando no perder su ubicación, recordando una flor del cerezo que funge como rosa de los vientos.

El árbol va abriéndose camino en la tierra con sus raíces, que nunca olvida, y en el cielo con sus ramas, sólo para los ingenuos está inmóvil. En su exquisita delicadeza tiene también la fuerza que tendrían cientos de seres.