miércoles, 8 de abril de 2015

El doctorado del conformismo

Cuando se ha llegado a un nivel considerable de desarrollo intelectual y de conocimiento (como lo implica una licenciatura o una maestría en una universidad pública o reconocida por el Estado), en lugar de mantenerse en ese nivel o de aumentarlo, he observado que en el doctorado la tendencia es regresar a un nivel básico. Por supuesto, he dicho la tendencia conforme a lo que yo he observado en varios estudiantes, profesores y políticas institucionales doctorales. Sería una mentira o una estupidez afirmar que todos los doctores o doctorantes padecen de esto, pues sin duda hay gente brillante, propositiva y crítica. Me explico.
¿Qué demuestra un título universitario y qué debería mostrar? ¿Conocimiento, capacidad de análisis y síntesis, capacidad de proponer soluciones? Cada vez he escuchado menos estas respuestas y más las de que un título de posgrado demuestra capacidad de investigación y de adaptación a los parámetros institucionales. Por un lado, es innegable que las primeras cualidades mencionadas se pueden desarrollar al margen de los estudios de posgrado y en ocasiones incluso al margen de la educación universitaria, pero por otro lado, ¿qué no eran y deberían ser también objetivos de la educación? En la carrera por la supervivencia y por el éxito en la sociedad burguesa estos objetivos se desdibujan desde los jóvenes estudiantes hasta las autoridades educativas, pues la mayoría parece buscar el beneficio personal que se traduce en un buen sueldo y la acumulación de capital simbólico o estatus. Si hay que hacer posgrados para obtener eso, pues hagámoslos, y si lo que se necesita ya no es una aportación social y ni siquiera intelectual, sino simplemente someterse a lo que digan los superiores para poder ascender, justo como en la jerarquía castrense, pues hagámoslo…
De este modo, el cinismo vulgar, de por sí rampante en nuestra sociedad, gana terreno y, como en un círculo o rueda de la fortuna, de estar en un punto elevado pasamos a un punto muy bajo: de aprender a formular hipótesis, a investigar, a dudar, a argumentar, a investigar según nuestras inquietudes, a generar nuestra propia metodología y conjuntarla con otras, a encontrar retos y aventuras intelectuales, pasamos a aprender a ejecutar lo que digan los asesores de tesis aunque se contradigan entre sí o incluso a sí mismos en cuestión de semanas, a investigar temas de moda o no muy polémicos, a seguir el machote de algún teórico de renombre, a venerar sumisamente a los doctores como queremos que lo hagan con nosotros cuando lo seamos, en una lógica perversa, a recurrir constantemente a las falacias, como la de autoridad o en las que se ejerce algún tipo de coacción como el retiro de becas o de apoyo para publicaciones. Sin embargo, como somos intelectuales, hombres o mujeres de ciencia, tenemos un velo de superioridad que nos justifica. Si los jóvenes no del todo convencidos de estudiar el bachillerato pudieran ver esto se preguntarían: “¿O sea que no es cierto que estudiar más me haga más crítico, propositivo y ético?” O quizá concluirían: “Ya veo que los posgrados y las especializaciones no son tan diferentes de dedicarse a cualquier otra cosa, buscando ganar más, sólo que estos tienen más prestigio”.
La crisis educativa y de conocimiento que vivimos en la actualidad a nivel mundial se debe también a que como humanistas y científicos, es decir, como gente que cultiva el intelecto, no hemos sabido defender nuestro quehacer con hechos, con congruencia, sino que, igual que cualquier capitalista o explotado sin estudio, hemos buscado sacar la mejor tajada. No nos hemos destacado mucho éticamente. Por eso también no creen en nosotros ni en la gran importancia de nuestra labor. Esto no es nuevo. Recordemos por ejemplo el Elogio de la locura de Erasmo. Sin embargo, en la sociedad del siglo XXI ya reventó. La exclusión para la mayoría de la población a los estudios preuniversitarios, universitarios y aún más de posgrado, ha llegado a cifras grotescas que superan el 90% de los solicitantes. De los pocos que quedan, muchas veces lejos de solidarizarse al menos empáticamente con los rechazados, legitiman la exclusión de la cual ellos, hasta ahora, no han sido víctimas, sino supuestos vencedores.
¿Por qué en los posgrados se les da preferencia (más bien habría que decir que son casi los únicos en ser aceptados) a quienes no trabajan y se dedican de tiempo completo al estudio? Esto ya suele implicar un evidente sesgo socioeconómico: quienes tengan que trabajar no tienen muchas posibilidades de estudiar un posgrado, a menos que oculten su empleo, lo que los pondría en una situación vulnerable. Por otro lado, a los trabajadores, sobre todo docentes, se les exige preparación, ¿pero cómo la van a obtener si los excluyen de los posgrados? No resulta sorprendente, pues, que un buen porcentaje de los estudiantes de posgrado sean personas de clase acomodada, con influencias y extranjeros, de quienes muchos creen que por el sólo hecho de tenerlos en la matrícula la institución gana prestigio.
Mención aparte merecen los distintos tipos de acoso, plagio y abuso de poder que abundan en las instituciones educativas que, con una fachada de universidad pública y de santuario del saber enmascaran una corrupción equiparable a la de cualquier otra institución gubernamental o privada, como denuncié hace un par de años en la UAM-Iztapalapa.
La única alternativa siempre ha estado en quienes se desempeñan con pleno respeto y vocación como profesores o estudiantes y alzan la voz individual o, mejor aún, colectivamente. El presente y el futuro de las humanidades y las ciencias dependen sólo de ellos.

Boceto de mar ennegrecido

Link de mi novela:

http://es.scribd.com/doc/261314809/Boceto-de-Mar-Ennegrecido#scribd

Boceto de mar ennegrecido es el hilarante esbozo de un absurdo paisaje detectivesco trazado desde la irónica lectura de la tradición literaria. Jonás Suárez, profesor de preparatoria y aspirante a novelista, desaparece misteriosamente. Carmen Garza, estudiante de sociología con experiencia en investigación académica, es contratada para encontrarlo. La pesquisa descubrirá los secretos vicios de un sistema: desde la cofradía del sindicato escolar hasta el sabotaje de una investigación científica sobre los búhos.
Jonás Suárez desafía la lógica artificiosa del género policial para exhibir una auténtica poética literaria que hace del escritor un “artista del vivir”. Si la novela policial pone de manifiesto la imposibilidad de descifrar el enigma que es la existencia, Boceto de mar ennegrecido demostrará, con humor descabellado, lo contrario: la posibilidad de perderse y encontrarse. Aquí, cada pista es el fragmento de un mundo inasible donde se articula improvisadamente la política, la literatura y la realidad. Jonás Suárez se pierde y, en el periplo de su búsqueda, los lectores encontramos, con un poco de astucia y ahogados en un mar de risa, a Abraham Sánchez.

ISAURA CONTRERAS RÍOS.