lunes, 28 de mayo de 2012

Cita de la película La máscara de la muerte roja

-Thank you, your excellency, for the girl.
-I have no title. Why do you call me excellency?
-Well I thought it was the embassadour of Satan.
-He is not my master. Death has no master.
-But Satan rules the universe. I made a pact with him.
-He does not rule alone. And your pact with him will not save you.
-There is no other god. Satan killed him.
-It's man creates his own god for himself. His own heaven, his own hell.
(...)
-Why should you be afraid to die? Your soul has been dead for a long time.

The Masque of the Red Death, Dir. Roger Corman (1964)

martes, 8 de mayo de 2012

La belleza de consumo

Umberto Eco, Historia de la belleza


Los que acuden a visitar una exposición de arte de vanguardia, compran una escultura “incomprensible” o participan de un happening van vestidos y peinados según los cánones de la moda, llevan vaqueros o ropa de marca, se maquillan según el modelo de belleza propuesto por las revistas de moda, por el cine, por la televisión, es decir, por los medios de comunicación de masas. Siguen los ideales de belleza del mundo del consumo comercial, contra el que el arte de las vanguardias ha luchado durante más de cincuenta años. ¿Cómo hay que interpretar esta contradicción? Sin pretender explicarla: es la contradicción típica del siglo XX.

jueves, 3 de mayo de 2012

¡Nacieron centillizos!

Óscar de la Borbolla, Instrucciones para destruir la realidad, Nueva imagen, México, 2004.


Todavía hoy, a dos semanas de nacidos los cien mellizos en el Hospital de la Raza, el mundo entero se mantiene conmocionado por el alumbramiento múltiple más espectacular de la historia. Las cadenas de televisión y la prensa internacionales ocupan sus mejores espacios en cubrir paso a paso la evolución de los cien pequeños de Juana Domínguez, la madre excepcional, y ya en muchos lugares se esculpe en mármol el busto de esta mujer extraordinaria cuya fecundidad es un milagro sin precedentes. Dentro de poco, docenas de esculturas serán develadas en plazas, plazoletas y jardines de todo el orbe para rendir homenaje a la gran madre mexicana.
Sin embargo aquí, en México, donde tuvo lugar el parto maravilloso, ¿qué se sabe?, ¿qué se ha dicho? Nada o casi nada: salvo mi felicitación ucrónica publicada en estas páginas, no se ha mencionado más el asunto. Qué diferencia cuando nació el pandita. Todo el país se puso entonces de cabeza. Al parecer es un hecho contundente que nadie puede ser profeta, ni poeta, ni proleta en su tierra…
Es verdad que no estamos como para celebrar cien nuevas bocas, que la crisis económica también ha derrumbado nuestro entusiasmo y alegría; es verdad que Toribio Hernández, el padre de las cien criaturas, después del momentáneo júbilo por su comprobado machismo, cobró conciencia y cayó en una depresión tan espantosa que ni los más potentes antidepresivos han logrado sacarlo de la pesadumbre; pero se trata —no lo olvidemos— de una proeza biológica: cien seres humanos en una sola camada es algo que jamás había ocurrido, es un prodigio que no se puede soslayar, aunque no haya con qué mantenerlos, aunque los atribulados padres, Juana y Toribio, no tengan ni para convidar un desayuno a sus nuevos hijos, eso no importa: la fertilidad es algo completamente sagrado, un don divino en que se manifiesta la voluntad de la providencia. Que se van a morir de hambre, “ya estría de Dios”. Que las van a pasar negras, “así es la vida”. Que no tienen ni para una chambrita, “ni modo, qué le vamos a hacer”.
Lo que sí resulta imperdonable es que debido a un conjunto de consideraciones mezquinas y materiales, nuestro país no encabece el beneplácito mundial por el nacimiento de los centillizos, y que en vez de encumbrar como héroes nacionales a Juana y Toribio y de colmarlos de lo que justamente merecen por su hazaña doméstica, se les haya pretendido menospreciar con el tradicional método del disimulo y el silencio. Ojalá que Juana y Toribio supieran leer, pues esta Ucronía la escribo para decirles que no están solos, que millones de personas hablan de ellos y se refieren a “la potencia mexicana”, y si bien en algunos casos el tono es de burla, pues siempre existen maledicentes a los que les gusta hacer sorna de todo, en la mayoría de las ocasiones hay buena intención y un reconocimiento auténtico a su esfuerzo.
Ojalá también pudieran viajar, pasearse por Europa y América, pues yo me figuro que si Juana viera la estatua que en su honor van a poner al lado del obelisco que hay en un extremo de Las Tullerías, allá en París; o si viera ese conjunto escultórico en que estará representada con su marido y sus cien hijos allá en Atenas sobre la avenida Ominia; o si Toribio pudiera pararse a contemplar su propia imagen de hombre sobredotado, sobre la Avenida Atlantic, frente a la playa de Ipanema en Río de Janeiro o, en fin, si el fecundo matrimonio pudiera presenciar lo que en su honor se está levantando en la Plaza del Rossio en Lisboa o en el Paseo de los Recoletos de Madrid, donde van a arrancar la Cibeles para colocarlos a ellos, si pudieran ver cualquiera de estas cosas que habrán de eternizarlos, soportarían con mejor ánimo esa vida que aquí —en este país donde se les ningunea— les espera.
Porque en efecto, es muy triste comprobar que, salvo los telegramas de felicitación escritos en cuanta lengua existe, no les ha llegado ningún obsequio del extranjero, ni una mamila ni un pañal, y eso que por allá es bien sabida la condición humilde de nuestros compatriotas. Se han hecho innumerables reportajes a propósito de que Toribio vive en el desempleo desde hace año y medio, desde que se vino a la capital con Juana y los ocho hijos con los que Dios ya había bendecido su matrimonio; se ha publicado cómo Toribio se emplea a fondo sacándole próspero partido a su facha de limosnero en una esquina en la que unos días la hace de tragafuegos y los otros, cuando no le alcanza para el petróleo, actúa de acróbata: mantiene el equilibrio sobre una raya de pavimento, pese a los mareos que le causa el hambre y los vahídos producto de la anemia. También se ha dicho y redicho que Juana es lavandera profesional, que seis de los siete días de la semana lava ajeno y que el domingo lava propio, que habita en un cuartucho de tres por tres, que no conoce más carne que la que ella misma ha parido y que la verdad está raquítica y muy mal. Con todo, ni un regalo ni un donativo, puros discursos y puras estatuas. ¿Qué va a ser de ellos ahora que salgan del Hospital de la Raza, donde de momento se les sigue estudiando? Dios proveerá. Por lo pronto, ¡arriba corazones, que gracias a Juana y a Toribio somos cien mexicanos más!