martes, 27 de marzo de 2012

Adivina a qué libros pertenecen estas ilustraciones :)








La primera imagen de esta entrada es de Abraham Sánchez Guevara, las últimas de Gustave Doré y de John Flaxman

lunes, 26 de marzo de 2012

En la playa

-Disculpa, ¿quieres bailar?
-Pero no traigo zapatos, ¿le importa?
El caballero cambió su sonrisa por una cara de asco y se marchó. La hermosa sirena bajó de la silla y con el coraje que genera una ofensa regresó a su espacio marino, ejecutó los movimientos más armónicos, imposibles de realizarse sobre la tierra, y nunca más paró de bailar.

Laura Elisa Vizcaíno

viernes, 23 de marzo de 2012

Palabras de Odiseo y dibujos de John Flaxman






“Nada más débil que el hombre cría la tierra, entre todos los seres que sobre el suelo respiran y se agitan. Porque se confía en que nunca va a sufrir daño alguno en su futuro mientras los dioses le conceden valor y sus rodillas le sostienen. Pero cuando los dioses felices le envían desdichas ha de sufrirlas con ánimo no menos resignado. Así es el pasar de los humanos en la tierra, tal como cada día los trae y lleva el padre de hombres y dioses. Yo también en un tiempo pensaba vivir próspero entre mi gente y acometí muchas acciones insensatas cediendo a la violencia y al valor, confiando en mi padre y mis hermanos. Mas ojalá ningún hombre fuera jamás inicuo, sino que guardara en calma los dones que los dioses le otorgaron.”
Homero, Odisea, Canto XVIII, trad. de Carlos García Gual, Alianza, Madrid, 2008, p. 365.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Textos de la presentación del libro "Sesión apocalíptica" de Abraham Sánchez Guevara

17 de marzo de 2012
Café galería “La libélula”, México, D.F.

Isaura Contreras nació en Irapuato, Guanajuato, en 1982. Cursó la licenciatura en Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato y la maestría en Literatura Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue beneficiaria del Programa de Residencias Artísticas entre México y Canadá (FONCA-Centro Banff) en el 2009. Ha publicado la novela La casa al fin de los días (col. Anaquel. Universidad de Guanajuato, 2007). En 2010 obtuvo el premio nacional de novela breve Rosario Castellanos con la obra Cosecha de verano (CONACULTA-Chiapas, 2010).

Quiero comenzar esta presentación hablando de una de las dedicatorias de este libro: “A mis amigos que me curan y con quienes tengo aventuras maravillosas”, pues estoy segura que es una dedicatoria para todos los que estamos aquí. Yo me quiero sentir especialmente aludida porque he tenido el gusto de compartir con mi amigo Abraham muchas aventuras. Nuestro primer contacto fue hace cuatro años en la maestría en literatura de la UNAM donde cursamos la clase de vanguardias latinoamericanas. Allí descubriría yo la fascinación que tiene Abraham por esos autores que salen huyendo del canon literario, como Macedonio Fernández, Juan Emar, Maples Arce o Pablo Palacio, autores irreverentes que, en el mejor de los sentidos, asesinaron la literatura, autores de los márgenes, que como a Abraham les incomoda la idea de obra de arte con mayúsculas. Por esas fechas, Abraham me compartió uno de los cuentos que forman parte de este libro “La marca”, que habla de un niño al que sus padres llevan al parque, y allí le dibujan una torre Eiffel en el rostro, un dibujo que no desaparece con los años, y que constituye el signo extraño del autorreconocimiento del propio protagonista que escribe de ello. Para mí este cuento fue un eco y un guiño a los escritores de vanguardia, ese intento por negar el contrato mimético de la realidad para restituir la realidad de la ficción y de la escritura. Otra pista es su texto “Semimacedoniana”, en clara alusión al escritor argentino, en el que Abraham inscribe y nos regala su poética : ”La literatura para mí solo puede ser irónica, absurda, onírica o caprichosa. Y aun así lo es menos que la vida”. Los cuentos de Abraham, ironizan los mitos y la realidad, como cuando nos dice que los piñones fueron creados por Dios para contener el deseo de una monja que soñó que besaba unos pezones duros y encendidos. Abraham se burla también de la ciencia y de la realidad virtual que nos han hecho esclavos de la ilusión, se burla de la religión y la política. Y lo mejor, creo, es que también se burla de él como cuando nos cuenta la historia de Pepito Pérez, estudiante de letras. Que “Acabó la carrera, estudió un posgrado y dio clases de literatura. Es decir, supo, como siempre, que tendría que sobrevivir y alimentar su panza, que tenía por cierto una forma un poco redondita”, lo que no nos dice es que Pepito Pérez es también un gran escritor. Estos textos, a excepción de “La marca” forman parte de la primera parte de su libro, “El silencio de una voz”, para mí el título alude a todo lo que callan los pequeños fragmentos, pues en su mayoría son textos muy breves, que podrían inscribirse en la mini ficción o el aforismo, textos compactos de palabras exactas y precisas, casi epigramáticos, que en su brevedad imponen un silencio que hará hablar al lector.
Volviendo a las aventuras que tuvimos con Abraham, hay otra que quisiera recordar, fue hace tres años en Buenos Aires donde coincidimos haciendo estancias de investigación. Abraham fue allá a entrevistarse con César Aira, y generosamente nos invitó a Eli Vizcaíno y a mí a conocerlo. César Aira llegó con una playera de un súper héroe al café, (Abraham seguramente traía una de Heavy Metal). Aira es, creo, la antítesis del escritor, completamente antisolemne que hasta nos habló de caricaturas y nos llevó a pasear a un museo, su trabajo, como se sabe, cuestiona el concepto de Obra y se ha incorporado en la veta del posmodernismo, al ironizar los géneros y valerse de recursos como el pastiche y el collage o recodificar discursos como el comic y la telenovela. La primera pregunta que Abraham le hizo fue si concebía sus novelas como antinovelas, Aira las llamó simplemente novelitas. Creo que a Abraham le queda la palabra anti, tanto como a Aira, aunque lo nieguen. Los cuentos de Abraham podrían ser anticuentos, tiene una forma particularísima de abordar el género que involucra una gran variedad de registros, no le interesa el cuento clásico estilo Poe, que se complace en la trama y los finales epifánicos, aunque estoy segura que lo domina. No veremos un cuento borgiano de lógica argumental intrincada. En los relatos de Abraham oscilan dos o tres personajes, que se dirigen a develar la extrañeza absurda de lo cotidiano, su lógica apela mas al lenguaje y el retruécano que nos consume infinitamente en un espiral de palabras, como cuando dice: “Vendieron a su perro. Y todavía se lo contaron alegremente felices de compartir, la felicidad de compartir los planes que se tienen de comprar felicidad para compartir para ser felices y compartir”. La segunda parte de su libro, titulada “Soles urbanos”, incluye cuentos de extensión mayor que los de la primera parte, algunos ensayan el desenfado del relato oral como “María”, o la ironía del amor romántico en “El ciclo de las mariposas” donde una niña juega a que Barbie y Ken se casan , o son kafkianos como “Prisionero” el animal que se cuestiona el sentido de su cautiverio, pero también son oníricos casi siniestros, como el misterioso y foucoultiano cuadrito que Federica propone al narrador llevar a su maestra en lugar de un cuadro sinóptico. La soterrada sátira política de ir a la guerra está en el cuento “El juego en el puerto” donde, además, aparece el personaje de nombre Abraham, recordándonos ese tránsito metaficcional de su escritura en relatos que a simple vista parecen contarnos un evento íntimo o cotidiano para embarcarnos con toda naturalidad a la ficción más absurda.
Todos los que estamos aquí, sabemos que Abraham es, o podría ser, rojo, anarquista, y revolucionario, porque lo hemos visto con suma seriedad criticar el gobierno, la religión, las buenas costumbres y el buen gusto, en conversaciones encendidas por una que otra cerveza. Ese espíritu no desaparece en sus relatos, pero la sutileza, y la fina ironía por la cual todo lo que nos cuenta adquiere también un carácter simbólicamente contestatario hace que sus relatos sean más eficaces que cualquier panfleto. Pienso así en su cuento “Un buen tipo” que nos recuerda discretamente la indiferencia ante la explotación social o en “El ajedrez de los tontos” donde la ajedrecracia es un sistema político no muy lejano al nuestro.
La tercera parte, que además da título al libro, es: “Sesión apocalíptica”, que constituye una particular recodificación de los genero, el de ciencia ficción, el detectivesco o policiaco aquí la presencia de lo kafkiano está más acentuada, si pensamos en esos procesos absurdos como el de “El contribuyente” que no pagaba derechos de autor, o en su cuento “La metamorfosis” donde Georgina, suerte de Gregorio Samsa, niña mala convertida en insecto, encuentra su lugar en el mundo en un bosque de mangos. Los guiños al pensamiento filosófico, entreverado en las casi becketianas reflexiones de sus personajes, dejan al lector al borde de la risa y el cuestionamiento, buscan abrir una “Grieta”, como se llama uno de sus cuentos, que sacuda la opacidad de los prejuicios y las buenas costumbres. Creo que Sesión apocalíptica, puede remitir en algún sentido, a ese apocalipsis literario al que Abraham nos conduce, a un fin de esa literatura y pensamiento que pretende instaurar un canon unívoco. Me parece que a partir de ese fin es como se fragua el verdadero “Renacimiento”, así se llama otro de sus cuentos, que impele, al modo del Demian de Hesse: “Pero es necesario renacer. Romper placentas. Romper mundos. Andar en pies propios”.
Y ahora una última aventura con Abraham, que hasta anoté en un diario. Una ocasión nos hizo cruzar a Eli y a mi media ciudad para ir a un antro llamado Patagonia Rebelde. Yo nunca había oído un concierto de thrash metal, y recuerdo vivamente la música estridente y el lugar atiborrado de hombres con chamarras de piel en medio de lo que al principio me pareció solo ruido. Pero algo cambió. Recuerdo, como si de una transición al nirvana se tratara, el cuerpo contorsionado de Abraham y sus cabellos largos extendiéndose por el escenario del eslam. Entonces pensé que esa sería la misma extasiada sensación, aunque no expresada, de los que escuchan Bach o leen el Quijote. Y vuelvo a pensar en esa pugna de Abraham, por la alta cultura o la tradición frente a todo aquello, llámese arte o no, que nos provoca una emoción estética y delirante como la que le sucede a él con su música y nosotros con su libro, en el que no caben las etiquetas sobre su inserción en una tradición literaria ortodoxa, pero sí la sensación de estar ante una verdadera obra. Yo he intentado marcar cierta filiación de su escritura con las vanguardias, con César Aira o con Kafka pero creo que de seguir así Abraham me contestaría lo que Rubén Darío le contestó a alguien que le hablaba de sus influencias: “No sea usted pendejo, yo no tengo escuela”… Y es que en efecto la literatura de Abraham es suya, y es como él. Hay una inocencia diluida en sus relatos, una expresión juguetona como la de un niño. Hay, a pesar del clima apocalíptico que sugiere el titulo, un signo de esperanza en ese lenguaje fresco, balbuceante y onomatopéyico que nos arranca la risa. La escritura de Abraham, es pues como la vida, como el dice: “no tiene un fin último, no es una competencia ni un curriculum, debería ser libre y existir cuando sea deseada”.
A mí me alegra mucho que su libro exista. Y no me queda más que agradecer a mi amigo Abraham por esta otra maravillosa aventura que es leerlo.

*

María Cristina Hernández Escobar es editora, traductora, crítica literaria y cuentista. Algunos de sus relatos ganaron premios en su natal Sinaloa y fueron publicados en El Sol de Sinaloa, el suplemento “Sábado” de Unomásuno y la revista literaria Lenguaraz. En octubre pasado se publicó su traducción de la novela Mamma, son tanto felice del escritor brasileño Luiz Ruffato.
Forma parte del equipo editorial del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la UNAM y del seminario de traducción literaria del Centro de Estudios Brasil-México de la embajada de Brasil. Es maestra en literatura comparada por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.


Los narradores de Sesión apocalíptica, todas las voces de quienes parecen sentarse a nuestro lado a hacernos la plática o a desahogarse con nosotros —destinatarios anónimos en los que ellos intuyen una comprensión previa de los temas tratados—, todas esas voces evidencian una lucha interior entre viejas, pero recurrentes formas de ver y mover el mundo; el hartazgo por la inercia personal y colectiva, o al menos lanzan la sospecha fundada de que algo habrá que romper o al menos fisurar para iniciar la tarea de socavar y derruir lo que imposibilita la construcción de una ciudadanía.
Cada uno de esos cuarenta relatos viene precedido de una mirada autocrítica —el narrador siempre se sitúa en el contexto en que todo ocurre—, mirada implicada en distintos grados que obliga a narrar con grandes dosis de humor negro cómo es que se atraviesan los pantanos y cómo se sobrevive en los escenarios de la discriminación de toda índole, al tiempo que se apartan del rostro, como se haría con las telarañas de una casa abandonada, los falsos argumentos de una “canallería” pesada, empoderada y soez, de todos conocida.
Los narradores, sin asumirse entidades puras ni mucho menos inocentes, no tienen pudor de confiar a sus oyentes, o en este caso sus lectores, episodios dolorosos y absurdos en los que ejercen de víctimas y/o victimarios, en un tono a un tiempo esperanzado y desesperanzado, lo que no resulta contradictorio si se recuerda el empleo del humor negro como un mecanismo de distanciamiento que opera mientras se está en el intestino de la bestia.
Paradójico, pero no contradictorio, como también lo es ese optimismo muy cercano al pesimismo, que mantiene la confianza en la fuerza de la narración y en la metáfora para motivar un conocimiento y una toma de conciencia; confianza mucho menos frágil que la que podría tenerse en la receptividad de la especie humana si se la dejara a su suerte, por lo que cada cuento tiene su destinatario, que, como se sabe, no es un lector cualquiera, sino uno al que se imagina consciente del proceso de degradación social comenzado hace miles de años, pero agudizado en nuestra realidad inmediata con la aparición de los imperios en la época prehispánica y con la sanguinaria experiencia del coloniaje y su consolidación posterior a 1821. Coloniaje que goza de cabal salud, al igual que sus taras y contradicciones. Coloniaje que ha configurado colectivos e individuos con personalidad ambigua, ambivalente, proclives al pacto con el poder antes que a cambiar aquello que los aniquila, donde quien está inconforme es un enemigo y quien denuncia lo es dos veces.
El narrador no se oculta, se muestra y revela muy profundamente aquello que lo acota y lo hace rebelarse. Se coloca en contexto, en medio de la balacera pues, al tiempo que se aleja para observar con agudeza desde el lunar en el rostro del otro y en el suyo hasta el medio donde se esfuerza por no soltar sus fichas y renunciar al derecho a jugar limpio. En este logro narrativo tiene todo que ver el oficio del escritor, quien, al ser “asaltado” por un tema, busca y encuentra la razón para este abordaje, así como aquel punto en el que sus preocupaciones personales se unen con las de su especie y con la historia que lo envuelve y que incluso lo precede. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente y lo empujara a escribir, dice Julio Cortázar en "Algunos aspectos del cuento".
Este cuentario en tres partes: El silencio de una voz (11 cuentos), Soles urbanos (15 cuentos) y Sesión apocalíptica (14 cuentos) es un renovado y bastante portable “Libro de las revelaciones”, pues al igual que el Apocalipsis de Juan es un texto profético, con un trasfondo histórico, que refiere las persecuciones sufridas, no por los cristianos o no sólo por éstos, quizá sean éstos los únicos no perseguidos en este libro. Sesión apocalíptica permite vislumbrar lo que podría ocurrir en caso de aferrarse a mantener los sentidos apagados, pero no ofrece los consejos que Juan dio entonces a los cristianos que se mantenían en guerra con los creyentes de las antiguas religiones lo que, hasta antes del Concilio de Nicea, significaba estar en guerra con el imperio.
Los narradores de Sesión apocalíptica, cada cual a su manera y desde sus distintas perspectivas, de ninguna manera aconsejan, sino que en términos posmodernos presentan a los destinatarios la oportunidad de mirarse en ese espejo fragmentado que sin pretender ser ejemplar acaba siéndolo; sin pretender moralizar ni ofrecer una ruta a través de la cual llegar a la luz encendida por alguien más, no obstante despierta los sentidos, incitando a quien tenga ojos y sepa leer a hacer una reflexión postergada por una conciencia adormecida o atontada por los embates de la mencionada “canallería” pesada: una educación que desvincula a las personas de su identidad y del acceso a sus derechos humanos; unos medios desinformantes y al mismo tiempo adoctrinadores; un gobierno, ese extraño enemigo, al cual tendríamos que dedicar las estrofas más combativas del himno nacional, entre otros cientos o miles de “efectivos” con los que se enfrenta quien aspira a ser ciudadano y no sólo respirante, no a veces sino cada minuto de su existencia.
En palabras de Cortázar, el cuento quiebra el límite espacial que lo define y que lo diferencia de la novela, pero lo hace a través de su significación, “con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta.” Los cuentos de Abraham Sánchez Guevara, hermano ateo de Juan y colega escurridizo de Julio, darían a sus lectores la oportunidad no de mantener una fe sino de destruir todo vestigio de ella para elaborar sus propias iluminaciones paganas, individuales, para soportar las angustias no con entereza sino con una cierta hambre de empoderamiento, no para dominar ni humillar sino para ejercer la libertad de conciencia; tampoco para colocar la esperanza de una vuelta al reino de ningún dios como premio para los firmes.
En este libro no hay lugar para los fuertes, sino para los que procuran tercamente sacudir las escalas de valores, exhibiendo los paradigmas de misal y de misantropía con que se nos enseña a ser mansos y despiadados. El punto final o el nuevo eje que habrá de dotar de sentido a lo contado es asunto de los lectores, de nadie más.

*

Amadeo Estrada Nieto se ha desempeñado en áreas científicas y artísticas. Su formación de biólogo le ha llevado a trabajar en temas de filosofía de la ciencia, en donde postula una idea propia, llamada Ciencia Difusa. También ha hecho divulgación científica, durante 10 años en la radio, así como docencia en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Escribe y canta. Ha publicado cuentos y poemas y su interés por el canto hace que lo estudie y se haya presentado en ópera. Cercano al ámbito radiofónico, dirigió Opus 94, estación cultural del Instituto Mexicano de la Radio, IMER, y coordinó la programación musical de Radio Educación.

En tiempos en los que se sobrentiende o mal comprende que el arte y la literatura han de ser una “propuesta”, algo que siempre me ha parecido que carece de razón, puesto que la creación artística tiene un componente esencialmente propio, individual y no requiere ser una transacción, el libro Sesión apocalíptica de Abraham Sánchez Guevara posee precisamente esa característica principal de la que hablo: es el libro de un autor que nos afirma y duda desde lo auténtico de su infancia, desde la sexualidad referida al presente y frecuentemente al inicio de la misma, nos habla de sueños y los contrasta con una perspectiva crítica de la sociedad, en la que ésta a menudo es sórdida. Ya al inicio, en el primer texto, dice que en medio del estruendo de palabras, “nadie escucha nada” y en "Prisionero" hay un desencanto por una vasta sociedad, cada vez más miserable y sus repercusiones en la ilusión o en lo justo.
Abraham defiende el asombro en contraposición con la costumbre; los sueños, como escapatoria de esa realidad sinsorga y afirmación de aquella inherente a los mismos, tan real como cualquier otra. Vivir en ese mundo resulta más atractivo que terminar dándose cuenta demasiado tarde de la necesidad de haberlo hecho, como se descubre en uno de sus textos (". o ."). En Sesión apocalíptica nos encontramos con historias logradas y también en ocasiones con potentes imágenes casi estáticas, que quedan en la mente para ser digeridas con lentitud.
Sánchez Guevara conoce el mundo académico literario pero mantiene sus textos en una frescura y goce que se defiende de aquello que acaso la academia haría perder, como le ocurre a uno de sus personajes. Nos dice que la literatura ha de ser cotidiana y escribe particularmente lejos de las sublimaciones, quizás podemos ver igualmente un alejamiento de la idea de la “excepcionalidad”. A menudo incluso devela explícitamente al lector las técnicas del literato para lograr alguna finalidad y, al establecer así una relación franca con el mismo, muestra que hay maneras de hacerlas irrelevantes. Si esto bien es una constante en el libro, en el cuento "Si él pudo" queda explicitado.
Sesión apocalíptica tiene 3 grupos de textos: El silencio de una voz, Soles urbanos, y termina con la Sesión apocalíptica. Resalto del primero, con relatos muy cortos, imágenes, el ludismo que podemos encontrar en "La creación del piñón", la podredumbre "En las puertas de la iglesia" y la escasez de recovecos, pero acaso el único que queda está entre los amantes, en "Noches de día". Los Soles urbanos hacen nacer historias muy atractivas, como "Prisionero", "María" o "Cuadrito". Los últimos dos viven en el mundo onírico y "Cuadrito" se comunica con otro texto: "Metamorfosis", en donde la realidad puede ser una imagen quiral de la que se vive y lo aparentemente opuesto no es realmente una antípoda sino una parte más de uno mismo. "María" nos lleva por sueños dentro de sueños, las edades y los lugares se pierden. A lo largo de un descubrimiento, o redescubrimiento, de la sexualidad, dudamos sobre qué es la realidad. En "El ciclo de las mariposas", lo que precisamente no hacen esas mariposas anodinas es volar y resalta lo monstruoso de lo trivial y el gran atractivo de lo que habitualmente se toma por horror. En los dos textos que acabo de mencionar, "María" y "El ciclo de las mariposas", como en otros más, se evidencia la hipocresía social, las máscaras, tan caras que cuestan vidas en el sentido de la relevancia de las mismas, como sucede en el último, y la religión o la institución religiosa, siempre de la mano instruyendo los modos superficiales en las vidas vanas.
En "Pluma de cuervo", un temeroso monje quiere atrapar al ave, pero termina siendo cautivado y, en cierta forma, capturado por la misma. El religioso encuentra algún regocijo en la supuesta aventura y en una intuida metamorfosis, quizás, o al menos en el misterio sobre otro personaje; sin embargo, todo ello queda en un plano menor cuando el autor declara su intención diciendo: “Los temerosos pueden al menos imaginar que viven grandes aventuras”, lo que parece hacer escapar este cuento del contorno y meterlo en una alusión a la tradición oriental.
En estos tiempos, resalta la ajedrecracia, como Abraham renombra la partitocracia y el juego en el que quedamos sumidos la sociedad, dejada o con falta de valía para hacer algo relevante, como la describe en "El condimento de cada día". Surge el hastío y acaso la necesidad de la violencia extrema sólo para dormir, dice uno de los textos. En otro, lo único bueno que pudo tener "Un buen tipo" fue un roce ético de niño, que pronto la sociedad y la realidad -esa que no supo inventar, ensoñar, como sí hace el autor y afirma que es la única salida-, le devoran y sumergen en la imposibilidad, a pesar de, aparentemente, tenerlo todo. Este logrado texto se comunica con "Grieta", en donde las buenas descripciones muestran cómo la vida de la gente que se hace reflexiones desaparece casi sin rastro, frente a la permanencia de los insubstanciales. Esa misma prisión es la que parece un destino en "Los tres niños buenos", en donde vemos los orígenes de la injusticia, pero no la voluntad ni capacidad acaso para salir de ella en una sociedad sin mérito.
Aquellos con ideas purificantes, que abundan hoy, lean "Renacer", cuyas reflexiones aterrizan las burbujas de cristal. Son frecuentes las cavilaciones filosóficas. En "Bosque de noche" un revestimiento de delirios o de realidades pesadillescas, las que el autor nos dice constantemente que son, no sólo que pueden ser, sino que esas son, da paso a fantasías sexuales orgiásticas con ménages a quatre y la duda siempre sembrada. Un texto muy moderno o modernizante es "El silencio de una voz", que se encuentra involuntaria y afortunadamente con la película Stranger than fiction, en el que una voz lleva a un hombre anodino hasta volverlo más nimio aún y desproveerlo incluso de la libertad de pensar, para quedar en el mismo estado en el que quedan otros protagonistas bajo formas distintas en el libro.
En Sesión apocalíptica hay una riqueza y goces claros en la infancia, en la adolescencia, en la sexualidad, en los sueños, en la metamorfosis, todos ellos escapes posibles, reales, de lo que identifica como una evidente sombra apocalíptica y mezquina: la sociedad.
Las últimas palabras del libro defienden la importancia, acaso lo único relevante, incluso, en los individuos con sustento que viven la imaginación, la crítica y también el goce:

La realidad es
una piedra que se puede tocar en diferentes partes
un árbol que se puede oler en diferentes lugares
un pan que se puede probar con diferente hambre
unos pasos que se pueden oír
con diferente ánimo
una piel que se puede mirar en diferentes horas


*

Respuesta del autor a una pregunta.


Rodrigo Díaz: Bueno, pues antes que nada.
Abraham Sánchez Guevara: El metal no morirá (risas).
R.D.: El metal nunca morirá (risas). Antes que nada quiero decir que yo quiero mucho a Abraham. Antes de ser un gran escritor es una gran persona y creo que eso se refleja en sus textos. No te quiero porque escribas bien. Aunque no lo fueras yo te querría igual porque eres una persona que ha estado en los momentos más difíciles de mi vida. Hace rato tú dijiste que tus textos no tenían todas las cualidades que describieron cada uno de ellos. ¿Tú cuáles son las cualidades que crees que tienen tus textos?, ¿qué crees que expresan tus textos?
A.S.G.: Ay… Pues, estuve pensando, si alguien me hiciera una pregunta así qué podría responder. Casi no lo pensé. Solamente, durante estas dos semanas no dejé de pensar en eso. Voy a sonar… Bueno, no importa. A mí me interesa encontrar la verdad y decirla. No sé si la encontré ni si la digo. Pero eso es lo que a mí me interesa. Hay un interés ético en la literatura. No solamente me gustaría escribir bien, o bonito o interesante, o atractivo, sino me gustaría decir la verdad. Mucha gente dice, ¿y cuál es la verdad?, eso es relativo. Tal vez, y entonces yo diría, la verdad para mí, lo que yo creo, lo que yo observo de las cosas. Y que además son cosas que mucha gente observamos. Y la gente que no observa esas cosas, pues… No voy a anatemizarlos, a decir que no ven la verdad o que deben morir. Bueno, a veces sí lo pienso (risas). Pero, más bien pienso que están de otro lado. Yo estoy del otro lado que ellos. Y, muchos de los que estamos aquí, aunque suene muy gregario y muy bárbaro, estamos de un lado, del lado de la verdad. Hay algunas cosas que no se pueden relativizar tanto, ¿me explico? Hay algunas que sí pero hay otras que no. Esa es una de las cosas que a mí me interesan.
Creo que vivimos en un mundo de mucha mentira y mucha hipocresía. Es decir, todos mentimos. Y lo hacemos a veces, o más o menos seguido. Pero el mundo realmente está basado en mentiras y proclama que eso es la verdad, y te obliga a aceptarlo como verdad. Y si tú no aceptas su verdad que es una mentira entonces resulta que el que miente y el que está mal eres tú. Es decir, el sistema está organizado de una manera completamente anti ética. Y en ese sentido hay que señalar la mierda del sistema. Yo estoy traumado con la religión y con la autoridad y, las detesto. Me parece que son parte de la mentira. Parte del sistema que se basa en la mentira y que la ejerce todo el tiempo. Y que a veces dicen verdades, pues sí, a veces dicen verdades. Pero por lo general no. Y muchos dirán “¡Qué muchacho tan negativo, tan amargado!” Pero la verdad en lo personal cada vez soy más feliz, o no más feliz, me mantengo más o menos, pero desde que adopté esta actitud me siento muy bien. […]
Isaura decía que mis textos son anticuentos. Por un lado me gusta lo anti. Me gusta el Anticristo. Me gustan algunas cosas anti, me encantan. Pero el problema de la palabra anti, o más bien, del prefijo, es que le imprime negatividad a lo que sigue. Y yo no me considero un escritor negativo en ese sentido. Claro que estoy en contra y soy anti muchas cosas. Pero ese ser anti es afirmar otras, ¿me explico? Es decir, el sistema te va a llamar anti, pero lo que realmente es anti, es el sistema. El sistema es antihumano. Entonces ser antisistema es ser antianti. Bueno, eso es lo que yo creo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El filósofo y el lobo



Mark Rowlands, El filósofo y el lobo, Diana, México, 2009

Rugger, un perro pit bull, “perdió los estribos, agarró a Brenin [el lobo] por el cuello y lo inmovilizó contra el suelo. […] Sin embargo, es la reacción de Brenin la que siempre recordaré. La mayoría de los cachorros habría salido chillando conmocionada y atemorizada. Brenin gruñía. No era el gruñido de un cachorro, sino un gruñido grave, sereno y sonoro que desmentía su tierna edad. Eso es fuerza. Y eso es lo que siempre he tratado de tener presente y espero tener siempre presente. Siendo el simio que soy no seré capaz, pero tengo la obligación, la obligación moral, de no olvidarlo nunca y emularlo en la medida que pueda. Con que sea igual de fuerte que un lobezno de dos meses, en mí no prevalecerá el mal moral.
”Un simio habría salido disparado a tramar solapadamente su venganza, a dar con formas de generar debilidad en quienes son más fuertes que él y lo han humillado. Y cuando hubiera terminado con eso podría hacer el mal. Soy un simio por accidente, pero en mis mejores momentos soy un lobezno que gruñe en señal de rebeldía al pit bull que me tiene contra el suelo. Mi gruñido es una forma de expresar el dolor, ya que el dolor es la esencia de la vida. Es la expresión de que no soy más que un lobezno y en cualquier momento el pit bull de la vida puede partirme el cuello como si fuese una ramita. Pero también es la voluntad de que no me echaré atrás, pase lo que pase.
”Una vez tuve un colega que se salía de lo común entre los filósofos en el sentido de que era creyente. Solía decirles a sus alumnos: ‘Cuando la mierda os salpique creeréis.’ Puede que sea eso lo que pase. Cuando la mierda salpica, la gente busca a Dios. Cuando la mierda salpica, yo recuerdo a mi lobezno.”
p. 133

“No miramos a los otros simios, sino que los vigilamos. Intrigamos, conspiramos, calculamos probabilidades, sopesamos posibilidades, y todo ello mientras esperamos que surja la oportunidad de sacar tajada. Las relaciones más importantes de nuestra vida son medidas en términos de superávit y déficit, beneficios y pérdidas. ¿Qué has hecho por mí últimamente? ¿Me satisfaces? ¿Qué gano yo estando contigo y qué pierdo? ¿Podría irme mejor? El cálculo dirigido a la sociedad como un todo ―un cálculo moral más que prudencial― es simplemente una extensión de esta destreza básica. Para nosotros, los simios, es natural pensar en términos contractuales, ya que el contrato no es sino un sacrificio deliberado a cambio de una ganancia prevista. La idea del contrato sólo es una codificación ―una explicitud― de algo que reside en lo más profundo de nuestro ser. El cálculo llega hasta la esencia del contrato y hasta el corazón del simio que hay en nosotros. El contrato es una invención de los simios para los simios: no puede decir nada de la relación existente entre un simio y un lobo.
”¿Por qué queremos, al menos algunos de nosotros, a nuestros perros? ¿Por qué quería yo a Brenin? Me gustaría pensar ―y aquí debo recurrir de nuevo a la metáfora― que nuestros perros apelan a algo que se halla en lo más recóndito de una parte de nuestra alma olvidada hace ya mucho tiempo. Aquí es donde reside un nosotros más antiguo, una parte de nosotros que ya existía antes de que nos convirtiéramos en simios. Es el lobo que fuimos un día, y este lobo entiende que la felicidad no se puede hallar en el cálculo; entiende que ninguna relación verdaderamente importante se puede basar en un contrato. Primero está la lealtad, algo que debemos respetar aunque el cielo se venga abajo. El cálculo y los contratos siempre vienen después, igual que la parte símica de nuestra alma viene después de la lupina.”
p. 161

“Una manera útil de calificar a los seres humanos es como una clase especial de adictos o yonquis. Esto, con la posible excepción de algunos de los grandes simios, no es cierto en el caso de los demás animales. Los seres humanos no son, en general, yonquis farmacológicos, aunque es evidente que algunos sí. Pero son yonquis de felicidad. Los yonquis de felicidad comparten con sus primos los yonquis farmacológicos de siempre un ansia apremiante de algo que en realidad no les hace tanto bien y tampoco es tan importante. Sin embargo, en un sentido claro, los yonquis de felicidad son peores: un yonqui farmacológico tiene una idea equivocada de cuál es el origen de su felicidad, mientras que el yonqui de felicidad tiene una idea equivocada de qué es la felicidad. A ambos les une la incapacidad de apreciar lo que es más importante en la vida.
”[…] Esto es lo que define a los seres humanos: la eterna y vana búsqueda de sentimientos. Ningún otro animal lo hace. Sólo los seres humanos creen que los sentimientos son tan importantes.
”Una consecuencia de esta fijación obsesiva en los sentimientos es que los seres humanos tendemos a la neurosis. Esto se da cuando la fijación pasa de generar sentimientos a analizarlos. ¿Eres realmente feliz con la vida que llevas? ¿Entiende bien tu pareja tus necesidades? ¿De verdad le llena criar a tus hijos? Desde luego que no hay nada malo en analizar tu vida. La vida es lo único que tenemos, y vivir una buena vida, lo más importante. Sin embargo, es propio de los seres humanos interpretar de manera retorcida la forma que ha de adoptar dicho análisis: pensamos que analizar nuestra vida es exactamente lo mismo que analizar nuestros sentimientos. Y cuando analizamos nuestros sentimientos, cuando miramos en nuestro interior y vemos lo que hay y lo que no, la respuesta a la que llegamos suele ser negativa: no nos sentimos como queremos sentirnos o como creemos que deberíamos. Entonces ¿qué hacemos? Como buenos yonquis de felicidad que somos, vamos en busca del próximo chute: un amante, un coche nuevo, una casa nueva, una vida nueva…, algo nuevo. Para el yonqui la felicidad siempre va unida a lo nuevo y exótico en lugar de a lo viejo y familiar. Y si todo lo demás falla ―y a menudo es así―, ahí está un ejército de profesionales altamente retribuidos que tendrá mucho gusto en decirnos cómo conseguir el próximo chute.”
p. 178-181

“tanto si [Brenin] salía airoso [en su caza de conejos] como si no, venía hacia mí dando brincos, siempre igual, los ojos resplandecientes, echándoseme encima entusiasmado. Estoy bastante seguro de que eso era un lobo feliz, y en tal caso su felicidad poco tenía que ver con el deleite de sentir que sus mandíbulas se cerraban en torno a la carne del conejo.”
p. 185

“la felicidad es en sí misma desagradable en parte. Ésta es una verdad necesaria sobre la felicidad: la felicidad no podría ser de otra manera. En la felicidad, los aspectos agradables y desagradables conforman un todo indisoluble. No se pueden separar sin que todo se desmorone.”
p. 187

“La vida no tiene sentido, al menos no como suele entenderlo la gente, de manera que el dolor y el sufrimiento no contribuyen a crear ese sentido. No obstante, pronto entendería que la vida puede tener valor, y puede tener valor debido a determinadas cosas que suceden en ella. Sentarme en la hierba alta, viendo a Brenin acechar conejos, me enseñó que en la vida es importante asegurarse de que uno persigue conejos y no sentimientos. Lo mejor de nuestra vida ―los momentos en que, como diríamos, más felices somos― es agradable y profundamente desagradable a un tiempo. La felicidad no es un sentimiento: es una forma de ser. Si nos centramos en los sentimientos, nos perderemos lo esencial.”
p. 191

“El amor tiene muchas caras, y si uno ama ha de ser lo bastante fuerte para contemplarlas todas. La esencia de la philia es, creo yo, mucho más dura y mucho más cruel de lo que nos gustaría admitir. Hay algo sin lo cual la philia no puede existir, y no tiene que ver con los sentimientos, sino con la voluntad: la philia es la voluntad de hacer algo por quienes forman parte de nuestro grupo aunque no queramos hacerlo de ninguna manera, aunque nos horrorice y nos asquee, aunque tengamos que pagar un precio muy elevado, tal vez más de lo que podamos soportar. Lo hacemos porque es lo mejor para ellos; lo hacemos porque tenemos que hacerlo. El amor a veces asquea, el amor nos puede condenar para toda la eternidad, el amor nos llevará al infierno. Pero si tenemos suerte, mucha suerte, nos traerá de vuelta.”
p. 214

“La muerte, sea lo que fuere, no es algo que sucede en la vida. Wittgenstein dijo una vez que su vida era tan infinita como ilimitado era su campo visual. Obviamente, no se refería a que vivimos para siempre: el propio Wittgenstein murió, también de cáncer, en 1951. Más bien quería decir que la muerte es el límite de la vida, y el límite de la vida no es algo que sucede en dicha vida, al igual que el límite del campo visual no es algo que sucede en dicho campo. El límite del campo visual no es algo que se ve: se es consciente de él precisamente por lo que no se ve. Lo mismo ocurre con todos los límites: el límite de algo no forma parte de la cosa en cuestión; de ser así, no sería su límite.
Si aceptamos esto, se nos plantea de inmediato un problema: al parecer, la muerte no puede ser dañina para quien muere. La versión clásica del problema la dio a conocer Epicuro, el filósofo griego de la Antigüedad, dos mil años antes de Wittgenstein. La muerte, sostenía Epicuro, no puede dañarnos. Mientras vivimos, la muerte no ha acaecido, de manera que no nos puede haber hecho daño aún. Y cuando morimos ―dado que la muerte es el límite de nuestra vida y no un suceso en ella― ya no existimos para que nos pueda hacer daño. Por consiguiente, la muerte no puede ser mala, al menos no para quien muere.
¿Qué falla en el planteamiento de Epicuro? Es más, ¿falla algo? Entre los seres humanos existe la opinión casi generalizada de que algo falla. Y también parece haber un considerable grado de acuerdo con respecto a por qué falla: la muerte nos hace daño por lo que se lleva. La muerte es lo que los filósofos llaman un daño por privación. Ésa, sin embargo, es la parte fácil. La difícil consiste en entender qué nos arrebata y cómo puede arrebatarnos nada si ya no existimos.
Si respondemos estas preguntas diciendo que la muerte nos hace daño porque nos arrebata la vida, no llegaremos muy lejos, ya que si Wittgenstein tiene razón y la muerte es el límite de la vida y, por tanto, no acaece en nuestra vida, vida es justamente lo que no tenemos cuando nos sobreviene la muerte. Y sólo se nos puede arrebatar algo si tenemos ese algo. Así que ¿cómo nos puede arrebatar la muerte algo que ya no tenemos?
[…]Creo que nosotros, los seres humanos, tratamos indefectiblemente de entender por qué la muerte es mala para quien muere en términos de conceptos como deseo, objetivo y proyecto.
Podría parecer que no hemos avanzado en el problema de Epicuro. Si la muerte es el límite
de la vida, y no algo que ocurre en ella, cuando acaece ya no existimos para que se nos prive de nada, incluidos deseos, objetivos y proyectos. Sin embargo, deseos, objetivos y proyectos tienen una cosa en común, algo que resulta crucial para el problema de Epicuro: están lo que podríamos llamar dirigidos al futuro; por su propia naturaleza nos dirigen más allá del presente hacia el futuro.
[…] El futuro no existe todavía, así que ¿cómo se puede perder? […]Puede que sea posible tener futuro, pero no en el mismo sentido en el que se podría tener una espalda ancha o un reloj Rolex. […] Tenemos futuro porque tenemos ―aquí y ahora― estados que nos dirigen hacia un futuro o nos ligan a él. Estos estados son los deseos, objetivos y proyectos. En palabras de Martin Heidegger, cada uno de nosotros es un ser-futuro.
[…]En comparación con otros animales, los seres humanos pasamos una cantidad de tiempo desproporcionada haciendo cosas que, al menos en cierto grado, preferiríamos no hacer. Lo hacemos debido a la visión de cómo nos gustaría que fuera nuestra vida en el futuro […] Pero hacemos esas cosas de todas formas porque albergamos determinados deseos, unos deseos que no se pueden satisfacer ahora ni en un futuro inmediato, pero que podrían ser satisfechos, si somos lo bastante capaces, lo bastante afortunados y lo bastante trabajadores, en un futuro indeterminado. […] Morir es peor para un ser humano que para cualquier otro animal. A la inversa, la vida de un ser humano es más importante que la de cualquier otro animal. Ésta no es más que otra faceta de la [supuesta] superioridad humana: perdemos más cuando morimos.
[…]Que perdamos más cuando morimos no es prueba de nuestra superioridad; antes bien, nos da una pista de nuestra condena. El motivo es que incorporada a esta idea de la muerte se halla una determinada noción del tiempo. E incorporada a esta noción del tiempo se halla una visión del sentido de la vida. […] tenemos futuro porque teneos aquí y ahora, estados que nos dirigen hacia ese futuro: deseos, objetivos, proyectos. Imaginemos que éstos son flechas que van directas al futuro. […] algunas son flechas encendidas que van directas a la oscura noche del futuro e iluminan ese futuro para nosotros. […] la muerte daña más a las criaturas cuyas flechas son encendidas.”
p. 227-237

“Es el miedo que nos inspira la línea [del tiempo] lo que hace que siempre queramos lo que es diferente. Cuando nuestras mandíbulas se cierran sobre el pain au chocolat no podemos evitar ver los otros pains au chocolat que salpican la línea, hacia delante y hacia atrás. Nunca podemos disfrutar el momento por lo que es en sí mismo porque, para nosotros, el momento nunca es lo que es en sí mismo: el momento se ve postergado incesantemente tanto hacia delante como hacia atrás. Lo que cuenta como ahora para nosotros lo constituyen nuestros recuerdos de lo que ya ha pasado y nuestras expectativas de lo que está por llegar. Y esto equivale a decir que para nosotros no existe el ahora. El momento del presente se ve aplazado, distribuido a lo largo del tiempo: el momento es irreal. El momento siempre se nos escapa. Y, por tanto, para nosotros el sentido de la vida nunca puede residir en el momento.
Desde luego que amamos nuestras rutinas y rituales, algunos de nosotros, pero también anhelamos lo diferente. Debería haber visto la cara de mis tres cánidos cuando me ponía a repartir los pains au chocolat cada mañana: la ilusión temblorosa, los ríos de saliva, la concentración, que de puro intensa casi rayaba en lo doloroso. En lo tocante a ellos, podrían seguir comiendo pains au chocolat hasta la eternidad. Para ellos el momento en que sus mandíbulas se cerraban sobre el pain au chocolat era completo en sí mismo, estaba libre de otros posibles momentos dispersos en el tiempo. No podía verse aumentado ni disminuido por lo que ya había pasado y lo que estaba por llegar. Para nosotros ningún momento es completo en sí mismo. Cada momento se ve adulterado, empañado por lo que recordamos que ha sido y lo que anticipamos que será.”
p. 240-241

“Supongamos que tu vida no es una línea. Supongamos que el tiempo es un círculo y tu vida se repetirá una y otra vez, retornando eternamente, tal y como describía el demonio de Nietzsche [en La gaya ciencia]. Tú sigues siendo la persona con la que tendrás que pasar la eternidad, pero la eternidad ahora es un círculo y no una línea, de manera que no tienes más oportunidades de mejorar o perfeccionar. Hagas lo que hagas, deberá hacerlo ahora.
Si eres fuerte, pensaba Nietzsche, harás lo que sientes que debes hacer ahora. Si, como él decía, tu vida y tu espíritu están en alza, querrás convertirte ahora en la clase de persona con la que querrías pasar la eternidad. Pero si eres débil, si tu espíritu está en declive ―si te sientes cansado―, te refugiarás en el aplazamiento, en la idea de que siempre podrás hacer lo que tienes que hacer después, en la vida que está por venir. El eterno retorno, pues, es una forma de juzgar si usted es un espíritu en alza o en declive. A eso es a lo que me refiero al decir que se trata de una prueba existencial.
Sin embargo, hay una cosa más que hace la idea del eterno retorno, y creo que es la más importante: socava la noción del sentido de la vida implícita en la noción del tiempo como una línea. [Si pensamos el tiempo como una línea, los momentos escapan continuamente y el sentido de la vida no se encuentra ahí; si el tiempo es un círculo, el sentido de la vida no avanza y los momentos no escapan, sino que se reiteran y son completos en sí mismos]
p. 244-246

“Fascinados y asqueados a la vez por la flecha del tiempo, nuestra repulsión nos hace buscar la felicidad en lo nuevo y lo diferente, en cualquier desviación de la flecha del tiempo. Pero nuestra fascinación con la flecha implica que cualquier desviación de la línea de la flecha simplemente crea una nueva línea, y nuestra felicidad ahora requiere que también nos desviemos de esa línea. La búsqueda de la felicidad por parte del ser humano es, por tanto, regresiva y vana.”
p. 246

“Cuando no se tiene noción de nunca más no existe la sensación de pérdida. Para un lobo o un perro, la muerte sí es el límite de la vida, y por este motivo la muerte no ejerce su dominio sobre ellos.”
247

“Si el tiempo es un círculo, nunca más no existe, y, por tanto, la existencia de uno no se organiza en torno a la visión de la vida como un proceso de pérdida.”
p. 247

La perra Nina “Comprendía que la verdadera felicidad reside únicamente en lo que es igual, en lo que no cambia, en lo que es eterno e inmutable. Nina comprendía que lo real es la estructura, no los imprevistos. Comprendía que toda dicha aspira a la eternidad [Nietzsche], que si uno ha dicho sí a un momento le ha dicho sí a todos. Su vida es un testimonio de la irrelevancia del nunca más.”
p. 248

“Al observar los sufrimientos de Brenin me preguntaba cómo me habría comportado yo si tuviese cáncer. Para Brenin el cáncer era una dolencia del momento: en un momento se sentía bien, pero en otro, una hora después, se sentía mal. Sin embargo, cada momento era completo en sí mismo y no guardaba relación con ningún otro. Para mí el cáncer sería una dolencia del tiempo, no del momento. Lo terrible del cáncer ―de cualquier enfermedad humana grave― es que se extiende a lo largo del tiempo. Es tan horrible porque interrumpe las flechas de nuestros deseos y nuestros objetivos y proyectos, y lo sabemos. Yo me habría quedado en casa para descansar. Me habría quedado en casa para descansar aunque en ese momento me sintiera bien. Eso es lo que uno hace cuando tiene cáncer. Como somos criaturas temporales, nuestras enfermedades graves son plagas temporales. Su horror consiste en lo que hacen a lo largo del tiempo. Debido a ello ejercen un dominio sobre nosotros que no pueden ejercer sobre una criatura del momento.”
p. 254

“Gran parte de nuestra vida la pasamos viviendo en el pasado o en el futuro. (...) Las criaturas temporales pueden ser neuróticas de un modo que no pueden serlo las criaturas del momento.”
p. 256

“La idea de que el sentido de la vida es algo que se puede poseer es, intuyo, un legado de nuestra codiciosa alma símica. Para un simio tener es muy importante. Un simio se mide a sí mismo en términos de lo que tiene. En cambio, para un lobo lo crucial es ser, más que tener. Para un lobo lo más importante en la vida no es poseer una cosa o una cantidad de algo determinadas, sino ser cierta clase de lobo.”
p. 266-267

“El sentido de la vida reside precisamente en aquellas cosas que las criaturas temporales no podemos poseer: momentos.”
p. 267
“Lo importante son los momentos y no la persona a la que se supone (erróneamente) que muestran. Esa es la dura lección.”
p. 269