lunes, 2 de mayo de 2011

A nadie le gusta mucho lo que haces


Siguiendo la tradición de Michel de Montaigne, escribiré sobre mí mismo, como suelo hacer. Siendo muy pesimistas (como a veces soy), supongamos que a nadie le gusta, o a nadie le gusta mucho lo que uno hace. Lo ignoran o prefieren otras cosas y otras personas. No que eso suceda en todo o en lo más importante, pero sí quizá en algo. Puede surgir un sentimiento parecido a la envidia. No tanto que se envidie a otro por cómo es en sí, sino por la atención que recibe por x persona o personas. Si no surge la envidia, surge otra cosa igualmente nefasta, que es simplemente el enojo o la tristeza de no recibir la atención que uno consideraría necesaria. Por ejemplo este blog, que poquísima gente ha comentado jaja.
La otra cosa que podría suceder es que tal vez sí les guste, pero no reaccionan como nosotros creemos que deberían de reaccionar. Ahí el problema es querer adaptar la realidad a nuestra idea de lo que debe ser, y eso es ingenuo.
Aquí están presentes los 3 venenos del alma según los budistas: la ilusión, el ego y el enojo, como me decía mi amor el otro día.
La ilusión al darle importancia a algo que no debiera tenerla; el ego al querer llamar la atención; el enojo al no conseguirlo.
Dichas ideas y emociones deben entonces ser extinguidas si no se quiere sufrir más y aumentar los problemas.
Quizá no es fácil extinguirlas en el momento en que se presentan, pues por lo general son fuertes. Ayuda mucho el estar conscientes de ellas y de su maldad. Ayuda a evitar que crezcan, pero a veces no es suficiente para impedir del todo que surjan o para evitar que nos sintamos mal. Ayudaría no dejarlas hablar y tratar de ignorarlas, dejando que la emoción se vaya sola y recapacitar sobre eso en lugar de dejarse llevar.
Ayuda pensar en la soledad como algo positivo y en la indiferencia ajena como algo indiferente para uno. Esto tampoco es fácil, sobre todo cuando estamos hablando de la atención de un ser amado. Pero quizás hay que hacerlo en esos casos.
No sólo hay que hacer las cosas por convicción y gusto individuales, sino también sin mucha esperanza de que a alguien más le gusten.
Uno podría argumentar páginas sobre por qué lo nuestro es tan bueno o mejor que lo otro que les gusta, pero en el fondo es tonto, no porque no sea cierto, sino porque lo que mueve esa reflexión son los venenos.
Si nos gusta hacer algo, no deberíamos necesitar nada más para estar muy satisfechos. Deberíamos poder individualizar ese placer y no esperar que alguien más lo comparta (aunque pueda ser muy agradable que eso suceda), aunque seamos seres sociales.
Si tenemos en gran estima lo que hacemos y somos, no necesitamos que nadie lo reconozca, no debemos adoptar una postura lastimera ni tampoco una soberbia. A mí me gusta lo que hago, si a nadie le gusta o si le gusta a alguien más, a una persona en especial, a un grupo o a media humanidad, eso es en verdad secundario. No me interesa decir que lo que hago es mejor o peor que lo de otros, pues si pensara eso estaría compitiendo, además sobre algo absurdo y relativo, y le estaría dando importancia en el fondo al juicio de los demás, encubierto de la pseudo objetividad que determinaría qué es mejor. Es eso lo que debemos trabajar: la estima de lo que hacemos y somos, el andar alegre y despreocupado de esas nimiedades en las que nos han mal educado.

No hay comentarios: