sábado, 2 de enero de 2016

Reseña de "Los que deambulan sin sentido" de Andrés Gutiérrez Villavicencio

Ventana a un probable futuro próximo, Los que deambulan sin sentido no es sólo una “novela de zombis”, como pareciera indicar el título, la portada y la moda por la que pasa este momento. Y eso se puede percibir desde las primeras páginas, en las que el retrato del mundo actual es horriblemente realista: superpotencias enfrentadas desplegando todo su poderío mediático, económico y militar a costa de masas humanas explotadas y manipuladas e incluso a costa de las mismas superpotencias, que no son más que la representación de las pasiones egoístas de una minoría.
El zombi es la imagen del mundo desgastado en el cual vivimos, que se cae a pedazos, enfermo de rencores y descuidos, egoísmos y traiciones. Es la máxima expresión de la entropía andante, del desgaste en forma humana. […] El zombi es el reflejo de la sociedad que lo ha engendrado. Es un ser que no piensa, desea, y ese deseo entraña una carencia, pero que no es la escasez de algo indispensable, sino de una necesidad impuesta. Aquello que busca no le es vital. Puede vivir sin la carne humana, pero la desea como si en ello se le fuera la existencia. La desea con un apetito incansable, la consume compulsivamente, aunque luego la deje a medias, porque es un ser de proyectos inacabados. Por eso quien escribió esto puede concluir que los zombis somos nosotros. La moda de los zombis es una morbosa fascinación por nuestra monstruosidad, más que física, ontológica.
La guerra atraviesa toda la novela y a todos los personajes (¿no es así también en este mundo y en particular en este país?), nadie escapa a ella, desde el soldado hasta la madre o la pareja posesivas, los deportistas y empleados de oficina, la “gente bien”, los religiosos, quienes buscan evadir la realidad, los magnates titiriteros, los pobres, los científicos… Los golpes brutales de una realidad que muchos habían querido ignorar o postergar demuelen los proyectos de vida. A algunos esta oscura iluminación los lleva a ser mejores seres humanos, más valientes, congruentes y solidarios; muchos van sobrellevando las crisis, yendo a la deriva y sin cambiar esencialmente, conservando su egoísmo como si fuera lo más valioso de la vida, y otros aprovechan esta coyuntura para seguir siendo monstruos, pero ahora en su máxima expresión de estupidez, sin darse cuenta de que persistir en ese camino no les traerá felicidad y ni siquiera beneficios perdurables, sino que acrecentará el infierno. Obra que recuerda el también brillante y crudo Ensayo sobre la ceguera de Saramago. ¿Quiénes son los zombis? ¿quiénes son los ciegos? ¿son los otros, alguien a quien temer o compadecer?
Al final parece haber una luz, ¿pero cuánto puede durar si quienes la emiten no plantean otras formas de relacionarse y organizarse política y económicamente, que de verdad eviten que se repita la historia como ya se ha repetido (de ahí las referencias a la historia y a las mitologías antiguas), que cambien el rumbo hacia una vida de verdad hermosa, justa y placentera para el ser humano?


Septiembre de 2013

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