domingo, 18 de julio de 2010

Fragmentos de De la vida bienaventurada

II. (1) No van tan bien las cosas humanas que sea lo mejor lo que agrade a los más; la turba es argumento de lo peor. Busquemos, por consiguiente, qué es lo mejor que ha de hacerse, y no lo que es más acostumbrado; y qué es lo que nos coloca en posesión de la felicidad eterna y no lo que agrada al vulgo, que es pésimo interprete de la verdad. Y llamo vulgo tanto a los que usan clámide como corona, porque no miro al color de los vestidos con que están vestidos los cuerpos.
III. (1) Busquemos un bien, que no lo sea tan sólo en la apariencia, sino sólido, igual y más hermoso por dentro; saquémosle de lo hondo. No está muy lejos; se encontrará; tan sólo es necesario saber a dónde se ha de extender la mano.
IX. (4) Preguntas: ¿qué buscas en la virtud? A ella misma. Porque no hay nada mejor y ella misma es su precio.
XIV. (1) quienes entregaron la supremacía al placer, carecieron de ambos (de la virtud y del placer), porque pierden la virtud y no son ellos los que tienen a la voluptuosidad, sino ésta a ellos, y se atormentan cuando les falta y se asfixian con su abundancia: si los abandona, son desgraciados y aún más si los abruma, como los que navegan por el mar de las Sirtes, que tan pronto se encuentran en seco como a punto de zozobrar por las corrientes. (...) así el que sigue a la voluptuosidad, pospone todas las cosas, descuida la libertad que es la primera, sacrificándola al vientre, y no se compra los placeres sino que se vende a ellos.
XXI. (2) Dice (el filósofo) que todo esto se ha de despreciar no para no tenerlo, sino para no tenerlo con preocupación; no echa estas cosas de sí, pero sigue tranquilo cuando se van.
XXIII (1) Deja, pues, de prohibir a los filósofos el dinero; nadie condenará a pobreza la sabiduría. Tendrá el filósofo copiosos bienes, pero ni quitados a nadie, ni manchados con sangre ajena, obtenidos sin injuria de nadie ni ganancias sórdidas
(2) El sabio no apartará de sí la benignidad de la fortuna, y del patrimonio honradamente adquirido ni se gloriará ni se avergonzará.
(5) Tendrá el bolsillo fácil, pero no roto, para que de él salgan muchas cosas sin que se caiga ninguna.
XXVI. (4) De nada estoy más convencido que de no doblegar a vuestras opiniones los actos de mi vida; soltad por todas partes vuestras acostumbradas palabras: no pensaré que injuriáis, sino que estáis balbuceando como niños desgraciados. (...) Vuestra opinión no me afecta por mí, sino por vosotros, porque odiar a los que reprenden y zaherir a la virtud es renegar de toda buena esperanza.
XXVII. (1) He aquí que Sócrates, desde aquella cárcel que purificó al entrar haciéndola más honorable que toda curia, grita: "¿Qué locura es esta, qué naturaleza es esta, enemiga de los dioses y de los hombres, que infama la virtud y viola lo sagrado con palabras malignas? Si podéis, alabad a los buenos, si no, dejadlos por lo menos; y si os agrada ejercer esta tétrica licencia, atacaos los unos a los otros. Pues cuando os enfurecéis contra el cielo, no digo que hacéis un sacrilegio, sino que perdéis el tiempo. (...) Nadie conoce mejor la dureza del pedernal como el que le hiere. (...) Lo que ataca a cosas firmes e inexpugnables ejerce su fuerza en mal suyo. Buscad, por tanto, una materia blanda y que ceda para clavar en ella vuestros dardos."
(4) ¿Es que estáis desocupados para escudriñar los males ajenos y censurar a los demás? "¿Por qué este filósofo habita con más holgura? ¿Por qué este otro cena más copiosamente?" Observáis los granos ajenos vosotros que estáis llenos de muchas úlceras. Es como si alguien hiciera irrisión de los lunares y verrugas de los cuerpos más hermosos cuando a él se lo come la más asquerosa sarna.

Séneca

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