miércoles, 12 de diciembre de 2007

Prisionero

Abraham Sánchez Guevara

El día de hoy, igual que el de ayer, e igual que el de anteayer, e igual que muchos días anteriores, desde que estoy encerrado aquí, al mediodía me sacan de mi celda de acrílico y me bañan de agua fría con una manguera. Esto lo hacen tomando sus debidas precauciones para que no me defienda: con un fierro largo en forma de Y empujan mi cabeza para que camine a donde quieren.
Nunca me han dicho por qué me trajeron aquí y por qué me tratan así. No he visto a mi familia ni puedo acercarme a nadie. Estoy completamente incomunicado, y si grito, no me prestan atención. Cuando gritaba mucho venía un hombre y me revisaba por si estaba enfermo o algo así, y a veces me dejaban comida, pero por lo general me dejaban gritar hasta que me cansara.
El día de hoy, pues, es igual a los anteriores y en este momento me apuntan con la manguera que disparará agua fría a presión.
Ahora es un poco distinto: hay alguien más viendo lo que me hacen. Se trata de un camarógrafo y un hombre con un micrófono asido a su camisa. Hablan de cómo soy, les parezco raro. Dicen que me tienen aquí para salvarme, y que se preocupan por mi calidad de vida.
Ahora me sacan a asolearme, dicen que necesito del sol para vivir y para que el calcio se fije. Corro por la tierra seca del desierto, buscando una salida a esto, como cada día que me dejan asolearme. Hombres con fierros en forma de Y me rodean para que no escape. De todos modos, hay cercas electrificadas. La gente me ve con una gran sonrisa, les parezco hermoso o tal vez soy tan raro que eso los entretiene.
Suficiente por hoy, me regresan a mi celda. Inevitablemente, rasguño el acrílico, tratando de salir, de trepar o algo, pero, como era de esperarse, es en vano.
Me pregunto si me hacen esto porque soy un lagarto en peligro de extinción. Aunque tal vez si fuera humano correría la misma suerte.

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