miércoles, 7 de octubre de 2009

La enfermedad de Madame Bovary

Había escuchado tantas tonterías sobre esta novela que no tenía ganas de leerla. Es increíble cómo la crítica (tanto académica como ordinaria, aunque la primera también puede ser muy ordinaria) puede tergiversar tanto un libro con sus interpretaciones banales, al grado de que realiza una especie de censura y de difamación de obras literarias que valen la pena, o al contrario, de promoción de verdadera basura.
Me animé a leerla porque Michel Onfray critica el bovarismo. Antes sólo había escuchado reivindicaciones de esta dama: que era una mujer valiente que se había atrevido a serle infiel a su esposo y era una especie de mártir de las feministas. Añadámosle a eso la extensión y minuciosidad de las novelas realistas del siglo XIX...
Cuando se genera controversia de un asunto sobre el cual todas las opiniones parecían coincidir, se genera necesariamente interés. Además, el tema de la moral y la libertad, en específico en su relación con el erotismo, es fundamental.
¿Es Emma Bovary una mujer valiente, atrevida y liberada? No lo suficiente. No se distingue mucho del resto de la sociedad, que también es crudamente criticada por Flaubert. Quizá la diferencia esencial entre ella y los demás consiste en su mayor desprecio por la vida y su tendencia a buscar el sufrimiento.
Todos los personajes son en mayor o menor grado farsantes, frívolos y cobardes.
Emma recuerda a otro personaje del escritor: Felicidad, de “Un corazón simple”: una chica abandonada que termina por aferrarse al amor de un perico e imaginar que le habla, aunque esté muerto. El caso de Emma es aún más grave, porque es abandonada en primer y último lugar por ella misma. Y teniendo todos los recursos, los desperdicia hasta quedar en la ruina económica y emocional.
El bovarismo consiste en estar permanentemente insatisfecho, anhelando lo que no se tiene y despreciando lo que se tiene, aunque antes haya sido muy deseado. Es una idealización de lo deseado, muy acorde, valga la redundancia, con las filosofías idealistas, que exaltan mundos ficticios y “superiores” en detrimento de lo inmanente y material (la “filosofía” perfecta para el consumismo y la sumisión). Al mismo tiempo, es frívola. Su hombre perfecto no sólo debe ser guapo y romántico, sino también rico y con maneras artistócratas.
El cristianismo es parte de la decoración grandilocuente y de la exaltación narcisista de imaginarse a uno mismo como mártir a pesar de su egoísmo. El amor cortés, que glorificaba el adulterio a finales de la Edad Media, y que era practicado por las élites (de hecho era obligatorio tener amantes en la herejía cátara, de donde parte, según una hipótesis), se vulgarizó en Occidente, como observa Denis de Rougemont, y ahora hasta la clase dominada puede darse esos lujos tortuosos y telenovelescos. Es necesario aclarar que este no es un comentario moralista contra el adulterio. La monogamia es en principio un orden “funcional” en la propiedad privada. No obstante, esa exaltación cortés y romántica del adulterio que sufre Emma sólo la lleva al ascetismo. Paradójico: que el erotismo se convierta en una forma de castigo al cuerpo y de vacío interior. El erotismo que practica Emma nunca la libera, sino que la esclaviza.
Por eso nada puede ser más descabellado que decir que Flaubert defendía el adulterio de Emma y que lo consideraba una forma de liberación femenina. Flaubert no lo condena, pues no es un escritor conservador, al menos en ese aspecto, pero tampoco lo exalta por sí mismo. Es capaz de comprender que tanto el matrimonio como el adulterio son sistemas de sumisión de los integrantes que, de hecho, son interdependientes.
La hija de Emma y Carlos crece en el abandono, mientras sus padres van muriendo presas de la estupidez y la ruina y el resto de los vecinos del pueblo vive en sus ilusiones mezquinas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Abraham! Que gusto de leer tu blog! Me gustó mucho el ensayo: otra mirada al bovarismo, muy interesante!

Abrazos!

Isaura