Abraham Sánchez
R.F.C.: FGHFSFG7865T69T86P´0*/*-4. ¿A alguien le importa? Y sin embargo, era lo primero que le preguntaban.
Este hombre, porque, a pesar de todo, era un hombre, siempre pagaba sus impuestos puntualmente y conservaba todos los papeles que era necesario. El poco tiempo que no empleaba en trabajar o transportarse a través de la gran ciudad, lo empleaba estudiando un diplomado que le exigían en su trabajo para poder seguir contratándolo.
Pero era un terrible criminal, no crean que no.
Sacaba fotocopias.
¡No pagaba derechos de autor! ¡Era cómplice de la piratería! La piratería, que hizo que cayera el católico imperio español. Pero esta no era piratería inglesa y holandesa, sino china y mexicana. Aunque las fotocopiadoras eran de empresas japonesas o estadounidenses. Pero bueno, las fotocopiadoras no tienen la culpa de que se haga mal uso de ellas. ¡Son inocentes! ¡Inocentes!
Decía que no le alcanzaba para comprar libros. De hecho, a veces ni siquiera le alcanzaba para sacar sus copias chafitas en las que a veces salían repetidas páginas o faltaban otras, o no salían bien las letras.
Ap rte de la real zacidn del proveclo pueden exislir otros proccsos imprescindiloles
Pero era un criminal. Eran excusas de criminal.
Sólo había podido rentar, con muchos esfuerzos, un cuartito de dos metros cuadrados, construido con las fotocopias que ya no utilizaba.
El ministerio que cobraba los impuestos en aquel país remoto, esperó con estoica paciencia, característica de su nobleza de espíritu. Pasaron treinta días y el contribuyente con R.F.C.: FGHFSFG7865T69T86P´0*/*-4 no había pagado un solo peso. Lo sabían. Sus sospechas eran ciertas.
Al día siguiente fue un empleado, de traje y portafolios, a visitarlo para pedirle amablemente que cumpliera sus obligaciones con el gobierno que le daba todo.
Nadie le abrió la puerta ni respondió a sus gritos. Esas paredes de papel reseco parecían perfectamente herméticas. Un refugio contra bombas.
El ministerio decidió esperar, a sabiendas de que el contribuyente podría estar huyendo a Suiza. Quiso darle otra oportunidad.
Una semana después mandó tanquetas y granaderos.
Les costó casi tres horas derrumbar los muros de papel, entre los que se encontraban todos sus papeles oficiales. No tenía dónde guardarlos, así que los apiló y de ese modo formó esta fortaleza.
Finalmente vieron que en el interior del inmueble se encontraba un objeto encorvado, parecido a un hombre y a una plantita reseca.
No reaccionaba ante el altavoz que le gritaba al oído su nombre y su R.F.C.
Finalmente, como no tenía otra opción, un policía lo tomó del brazo, dispuesto a llevarlo al lugar que era competente.
Pero se quedó con el brazo en la mano. Crujió.
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