El individuo que, como Prometeo, se rebela contra los poderes establecidos, recibe un castigo brutal, equiparable al tamaño de su acto. El rebelde y su acción son nobles; el opresor y su escarmiento son viles; los primeros son valientes y generosos; los segundos, cobardes y mezquinos; los primeros son solidarios y creativos; los segundos son egoístas y brutos. De un lado, revolucionarios de Diógenes a Onfray, del otro, peleles cuyos nombres ni son dignos de mencionar: traidores, funcionarios autoritarios, siervos conformistas... Las tristezas del diablo (El angelito, México, 2015) de Iván Augusto Ramos Hernández, pone de manifiesto la lucha entre estos dos tipos de personas en la vida diaria, y no tan sólo entre dos clases sociales (por cierto, hay quienes dicen que esto ya dejó de ocurrir), de tal suerte que es un enfrentamiento dispar entre todo el aparato capitalista, con sus hordas de alienados-alineados, y una escasísima minoría rebelde y pobre que, para colmo, no parece estar muy cohesionada.
Y sin embargo, en este océano de desesperación, injusticia y soledad, resplandece este individuo, pequeño pero titánico, golpeado y humillado pero heroico y libre como muy pocos, que vuela en las noches y siempre está renovando la vida que vale la pena ver y vivir.
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