-Disculpa, ¿quieres bailar?
-Pero no traigo zapatos, ¿le importa?
El caballero cambió su sonrisa por una cara de asco y se marchó. La hermosa sirena bajó de la silla y con el coraje que genera una ofensa regresó a su espacio marino, ejecutó los movimientos más armónicos, imposibles de realizarse sobre la tierra, y nunca más paró de bailar.
Laura Elisa Vizcaíno
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